domingo, 8 de abril de 2018

SIN EMBARGO



Hora de la noche al día.

Hora de un costado al otro.
Hora para treintañeros.


Wislawa Szymborska



Al vivir así perdimos muchas cosas, pensando que ganábamos otras tantas. Un día, después de una jornada de trabajo que nos había dejado agotados, nos asomamos a la ventana, miramos al cielo y desde allí, desde la veinticuatroava planta, no pudimos ver nada más que un velo contaminado de luz y polución. Nada, absolutamente nada más. Cuando cae la tarde, el cielo se cubre de neblina densa que brilla con la intermitencia de los aviones que cruzan la ciudad, y que se extiende como una sábana sucia. Las estrellas no existen más que en los cuentos infantiles y en los documentales de televisión, por eso no es posible explicarle a los niños que cuando sus perros se mueren suben hacia arriba para convertirse en una estrella a la pueden recurrir cuando se acuerden de ellos. Ahora solo podemos contarles que desaparecen y a cambio les dejan un punto seguido. Es difícil explicar qué ocurre con todas las cosas que se van, con la gente que se nos muere, con los objetos  que desechamos, incluso con aquellos aprecios que un día creímos inamovibles. Y es difícil porque todo eso, todo aquello que creímos fundamental , apenas deja nada a lo que agarrarse. Lo físico se desintegra a la velocidad de la luz y lo otro, lo que no podemos tocar, se va perdido mientras va dando vueltas entre la cabeza y el corazón en una carrera infinita que parece no terminar nunca. En estos tiempos quedan pocos asideros cuando la melancolía aparece. Es un signo terrible de los tiempos. Pero bajo toda esta ruina, puede que algún día podamos recuperar algunas cosas y esa neblina densa nos permitirá descubrir, aunque sea de lejos, el titilar de un recuerdo que no nos ha abandonado del todo.




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