domingo, 29 de abril de 2018

SOCIEDAD Y DERECHO






Podría escribir mi parecer sobre la Sentencia de “La Manada”. Algo sé de Derecho, la he leído, pero no he tenido acceso al expediente judicial de manera que mi opinión estaría basada en gran medida en una apreciación muy personal sobre un texto pero no sobre el contenido del procedimiento. Pero sobre ella ya se han dicho muchas cosas, casi todas por personas que no han leído ni un solo renglón y que desconocen el contenido del Código Penal y el sistema de garantías que tenemos. Pero no es mi cometido comentar resoluciones judiciales por muy buenas o por muy malas que me puedan parecen a bote pronto, y con la poca información que  menudo tenemos de los casos que los medios de comunicación encumbran. Solo sé que la Sentencia, tan denostada por algunos sectores, hace algunas cosas que, a tenor de lo que se lee y escucha por ahí, parece que no haga. Primero, la Sentencia condena a los autores de los delitos contra la libertad sexual (llamados así porque el bien jurídico que protegen es, precisamente, la libertad sexual. El tan repetido "no es no") a una pena nada menuda; segundo, el Tribunal cree a pies juntillas a la víctima (nosotros sí te creemos, también muy repetido en la calle) y a lo largo de toda la resolución así lo recoge. Pero aun así y porque alguien está pretendiendo que el léxico utilizado por el Código Penal sea el fiel reflejo del diccionario de la RAE (cuando nada tienen que ver), parece que nada de todo eso vale. Si alguien se parara dos minutos a leer el Código Penal (por cierto del año 1995) verían de lo que hablo. Los delitos contra la libertad e indemnidad sexual sexual ahí están contemplados (art. 149 en adelante) y cada uno de ellos tiene las penas que tiene y los Tribunales, una vez determinada la existencia de dichos delitos  y las circunstancias que concurren, solo pueden aplicar las penas ahí establecidas. Sin embargo, con motivo del caso de "La Manada" lo regulado no es suficiente, o no es socialmente satisfactorio. ¿Queremos mayores penas? Pues entonces habrá que legislar sobre ello ¿Queremos tipos penales distintos? Pues lo mismo, habrá que legislar de otra manera y pedirle a los políticos que pretenden pasar el cedazo de los votos, aprovechando la desgracia, que se pongan a trabajar porque este Código (llamado de la democracia), tiene más de 23 años y margen han tenido más que de sobras para hacerlo si consideraban que socialmente ya no se ajusta a la realidad. Pero la solución, ni a este tema, ni a ningún otro, está en arrasar el Estado de Derecho y colocar a los delincuentes en la plaza del pueblo para que la inquisición ciudadana acabe con ellos sin problema alguno. Sin garantías no somos nada, estamos abocados al abismo por mucho que ahora nos encontremos con hechos que repugnan a cualquier persona mentalmente sana. Pero la turba ciudadana en la que nos han convertido las redes, en las que hasta el más ignorante puede lanzar su soflama sin que le tiemblen las piernas, aboga por abolir un sistema que, aun mejorable, es una garantía para todos. 

Sin embargo, si bien estas explosiones contra el Estado de Derecho, al que tan acostumbrados estamos en los últimos tiempos, pueden ser desconcertantes, no son lo peor. El mal lo estamos generando por otro lado, en realidad se lo estamos haciendo a las mujeres de hoy y de mañana, cuando empezamos a acusar a los hombres, falsa y tendeciosamente, de ser seres abyectos, contra los que debemos protegernos en general y en lo particular también. Hacer creer que las mujeres estamos sobre expuestas a un daño por parte de aquellos que entre las piernas tienen un arma con la que destrozarnos la vida es una aberración. Los mensajes del miedo sobre lo terrorífico de los hombre son, a corto plazo, una de las peores cosas que podemos hacer por nuestras niñas, nuestras adolescentes. Hacerlas crecer con miedo, como unas víctimas seguras de su entorno, es un gran error.  La hipersexualización de la infancia y de la adolescencia, los mensajes contradictorios y los errores de concepciones románticas de las relaciones personales son el abono a situaciones más que repugnantes en las que el Derecho Penal, como ahora se pretende, poco puede hacer. Algo estamos haciendo muy mal y con la actitud de algunos colectivos aún se está empeorando más. No necesitamos mujeres miedosas, ni mujeres rencorosas. Necesitamos una sociedad de personas que se respeten y que, en caso que se delinca, aplique con eficacia y eficiencia las leyes que por ella misma ha creado.
Delincuentes son los que lo son (con independencia de su sexo o de su género como ahora tanto gusta decir), y cometen los delitos que recoge nuestro ordenamiento. Y los delitos son los que son, porque así lo decidimos entre todos mediante los diputados que por mayoría votan nuestras leyes.  El sistema tiene sus fisuras, por supuesto, y disfunciones que deben ser corregidas.  Ayer mismo lo dije en las redes, si la gente fuera consciente del mal que se está haciendo con la demonización de los hombres, del miedo e inseguridad que de esa manera se va inoculado en las niñas, se lo pensarían dos veces.
El Derecho Penal no es preventivo, aunque algunos hablen de la función desincentivadora de las penas, y tampoco es una venganza institucionalizada. El Derecho siempre va un paso por detrás de la sociedad y tiene sus disfunciones, es cierto. Se debe ir adaptando con modificaciones y jurisprudencia y sus actuaciones pueden ser revisadas vía recurso. Pero cuestionar algo tan fundamental como el Estado de Derecho, cambiarlo por el batallón de la turba, es un mal que sólo aboca a la discrecionalidad y la injusticia. Y hay que ir con cuidado porque cualquier día, cualquiera puede encontrarse a los pies de los caballos y no encontrará asideros legales en los que apoyarse porque los habremos quemado por el camino y entonces, solo entonces, quedará la turba, de dos o de mil, da igual, para acabar con nosotros, sin olvidar que, por el camino, las mujeres habrán pasado a ser ciudadanas discapacitadas para su propio gobierno y la víctimas de cualquier delito en monigotes en manos de unos cuantos manipuladores.




domingo, 22 de abril de 2018

TIEMPO DE DESCUENTO


Un domingo por la tarde el señor Wise nos llevó a Willie y a mí hasta la mina, a ver nuestra antigua casa. Entonces me embargó la añoranza, al oler las rosas trepadoras de mi padre, caminando bajo los viejos robles.

Lucia Berlin






Esta mañana mientras hacía cola para comprar el pan del desayuno he escuchado parte de una conversación ajena que me ha llevado a pensar que el que llevaba la voz cantante de la charla, que intentaba impresionar a su interlocutor con las expresiones que utilizaba, no era más que un pobre hombre. La cola era larga y la plática de aquel tipo bien podía alargarse un buen rato, pero he perdido el interés a los pocos minutos. Pero las esperas, aunque solo sean para comprar el pan,  dan para mucho y,  entre ese mucho,  da para plantearse si somos lo que creemos que somos o si en realidad no somos más que la imagen que damos a los demás. Y de ahí un paso, entre el murmullo de la voz de aquel tipo ya  indiferente, me ha venido a la cabeza la cantidad de veces que nos llevamos una decepción por creer que alguien era de una determinada manera que al final resultó no ser como creíamos. Nos generamos ideas extrañas sobre las personas que nos rodean, sobre todo cuando las conocemos poco  y basamos nuestro juicio en cuatro palabras de complacencia o conversaciones intrascendentes en las que, en la mayoría de ocasiones, no se muestra nada en absoluto.
Me he llevado dos barras de cuarto y unos cuantos croissants, dejado en la esquina al de la charla. De vuelta, mientras deshacía los dos kilómetros que he recorrido para desayunar pan blando, no he podido obviar que no en pocas ocasiones también yo me he equivocado y he generado en mi propio imaginario personal seres inexistentes cuya realidad me ha llevado a una cierta decepción.  Con toda seguridad yo misma he  podido ser una decepción para cualquiera que, esperando alguien creado a partir  de cuatro datos,  se ha dado de bruces con mi realidad. Debo decir que al llegar a casa, he puesto la mesa con esmero (soy de las que cree que la excelencia se encuentra en el detalle), y mientras colocaba las cucharillas para el café (cada uno la suya) y una común para el bote de la mermelada (una que entra en el bote y nadie puede relamer),  la sombra de cierta decepción se ha paseado se ha paseado por mi propio imaginario aunque deteniéndose poco porque ando en tiempo de descuento y no puede quedarme varada en veredas tristes. 






martes, 17 de abril de 2018

ASOMARSE A UNA VENTANA CUALQUIERA



Tantas veces le había oído decir estas cosas, que no tenían ninguna novedad para él. Emma se parecía a las amantes; y el encanto de la novedad, cayendo poco a poco como un vestido, dejaba al desnudo la eterna monotonía de la pasión que tiene siempre las mismas formas y el mismo lenguaje.

Madame Bovary -Gustave Flaubert-






Hace un par de semanas al abrir la ventana del dormitorio escuché los gorgoritos de unos pájaros. Pensé que por fin estaba llegando la primavera. Y mientras me entretenía, no sin cierta sorpresa, con algo tan sencillo como el canto de unos pájaros, vino a mi cabeza el libro de Rachel Carson “El sentido del asombro”.
Con los años vamos perdiendo cosas por el camino y una de ellas es, precisamente, la capacidad de asombrarnos y, de rebote y sin darnos cuenta, la de encantarnos con las cosas sencillas. Dice Carson que para mantener vivo en un niño su innato sentido del asombro, se necesita la compañía de un adulto con quien poder compartirlo. Con toda seguridad eso sea así. Pero el asombro es como la luz de una candela que se va consumiendo a medida que pasa el tiempo y vamos dejando por el camino algo más que restos de piel y sentido. Perdemos, sin apenas darnos cuenta, la capacidad de ensimismarnos y entretenernos en lo menudo y encontrar, a partir de ello, algún sentido a lo que nos rodea. Me pregunto si para recuperar esa capacidad  quizá no debiéramos actuar de modo inverso al que dice Carson, y que nosotros, como adultos un tanto desengañados y perplejos, hacernos acompañar de unos cuantos críos que, con su asombro y desparpajo, nos contagien la vitalidad y la expectación que les genera la existencia del mundo que existe ahí afuera y que a nosotros se nos estrechó por las costuras, casi sin darnos cuenta. Pero esta teoría, que carece de todo fundamento, no es más que la consecuencia de asomarse a la ventana un día cualquiera.





domingo, 8 de abril de 2018

SIN EMBARGO



Hora de la noche al día.

Hora de un costado al otro.
Hora para treintañeros.


Wislawa Szymborska



Al vivir así perdimos muchas cosas, pensando que ganábamos otras tantas. Un día, después de una jornada de trabajo que nos había dejado agotados, nos asomamos a la ventana, miramos al cielo y desde allí, desde la veinticuatroava planta, no pudimos ver nada más que un velo contaminado de luz y polución. Nada, absolutamente nada más. Cuando cae la tarde, el cielo se cubre de neblina densa que brilla con la intermitencia de los aviones que cruzan la ciudad, y que se extiende como una sábana sucia. Las estrellas no existen más que en los cuentos infantiles y en los documentales de televisión, por eso no es posible explicarle a los niños que cuando sus perros se mueren suben hacia arriba para convertirse en una estrella a la pueden recurrir cuando se acuerden de ellos. Ahora solo podemos contarles que desaparecen y a cambio les dejan un punto seguido. Es difícil explicar qué ocurre con todas las cosas que se van, con la gente que se nos muere, con los objetos  que desechamos, incluso con aquellos aprecios que un día creímos inamovibles. Y es difícil porque todo eso, todo aquello que creímos fundamental , apenas deja nada a lo que agarrarse. Lo físico se desintegra a la velocidad de la luz y lo otro, lo que no podemos tocar, se va perdido mientras va dando vueltas entre la cabeza y el corazón en una carrera infinita que parece no terminar nunca. En estos tiempos quedan pocos asideros cuando la melancolía aparece. Es un signo terrible de los tiempos. Pero bajo toda esta ruina, puede que algún día podamos recuperar algunas cosas y esa neblina densa nos permitirá descubrir, aunque sea de lejos, el titilar de un recuerdo que no nos ha abandonado del todo.




miércoles, 4 de abril de 2018

EL TIEMPO


"Dicen que no encajo en este mundo. Francamente, considero esos comentarios un halago. ¿Quién diablos quiere encajar en estos tiempos?”.

Billy Wilder





Nos cruzamos en la calle, parada obligada. Cálculo de una manera rápida si puedo entretenerme, si me vale la pena o no permanecer de pie,pasando frío y escuchando convencionalismos. Y mientras hago todo eso, mantengo la sonrisa del que no tiene nada que decir pero debe cierta cortesía. Sonreír y dejar que el otro hable, que llene el poco tiempo que estás dispuesto a entregarle, porque el tiempo es oro y a ti te interesa muy poco lo que en estos dos minutos de charla casi obligada te puedan llegar a decir. Termina la conversación, si a cuatro frases repetidas hasta la saciedad se le puede llamar así. Son los repetidos: “¡cuánto tiempo!”, “nos hacemos mayores”, “¿aun trabajas en el mismo sitio?”, “a ver si quedamos un día y tomamos un café”. Y así, mientras giro la esquina, dejando atrás aquel encuentro casual, aprieto el paso borrando de la cabeza los dos últimos minutos de mi vida, como si así pudiera recuperarlos y dedicarlos a cualquier otra cosa porque sé que, entre esas francachelas tan simples y vacías, el tiempo se muere sin remedio.