jueves, 9 de marzo de 2017

NO NEWS, GOOD NEWS



No es coraje, es elegancia.
 Quizá la elegancia es la forma suprema del coraje 
o el coraje es la forma suprema de elegancia.

António Lobo Antunes





Estos días mi madre se encuentra por la costa alicantina, disfrutando de unos días de vacaciones que, a su provecta edad, tiene más que merecidas. Nos comunicamos con ella menos de lo habitual, sabemos que está bien aunque no tengamos noticias. En esta familia, la máxima “no news, good news” ha funcionado siempre. De vez en cuando, alguna de sus hijas realiza la llamada de rigor y pasa el parte al resto mediante un mensaje de whatsapp. 
Para mi madre el teléfono, sin más función que la de llamar y descolgar, es un aparato que la mantiene unida, como si de un cordón umbilical se tratara, a su familia, a sus amigos y al ambulatorio de referencia, pero nada más. Ni hay aplicaciones, ni redes sociales, ni nada que no sea la posibilidad de hablar con otro y escucharle la voz. Cuando nos ve tecleando como si no hubiera un mañana se lamenta de lo simples que le hemos salido. Eso da paso a un discurso sobre la generación perdida y el exceso de información inmediata. Y tiene razón. 
Ayer era un día propicio para morir de un colapso informativo en menos de cinco minutos. Ayer era 8 de marzo, un día estupendo para mucho follón mediático con poco fondo, para expandir información desinformada, y para acabar metido en charcos que no llevan a nada con gente que te interesa menos que cero. Por eso ayer me acordé de los discursos maternos y de la necesidad de cierta higiene informativa. Ayer el teléfono permaneció en el bolso hasta bien entrada la tarde, cuando por la calle ya no quedaban más que unos cuantos coches que se apresuraban porque Dios, en forma de balón, estaba a punto de hacer su estelar aparición. Las ciudades descansan a ratos gracias al fútbol, aunque no lo parezca. 
Volviendo a casa, llamé a mi madre. No me atendió, me saltó el buzón y no le dejé mensaje porque a buen seguro no lo va a escuchar. Seguramente andaba jugando a las cartas con sus compañeros de viaje o, simplemente, mirando por la ventana mientras descansaba su cuerpo de mujer trabajada, sin preocuparse de teléfonos, aplicaciones, ni informaciones intoxicadas.  
A veces me da envidia. Porque la vida es eso que ella vive tocándolo con la punta de los dedos. Eso y un poco de Chet Baker a horas tardías mientras te acaricio la espalda.





No hay comentarios:

Publicar un comentario