martes, 30 de diciembre de 2014

DEL AÑO QUE ACABA. LEGADOS



La primera pequeña mentira que se contó en nombre de la verdad,
 la primera pequeña injusticia que se cometió en nombre de la justicia, 
la primera minúscula inmoralidad en nombre de la moral, 
siempre significarán el seguro camino del fin.

Con el año que está a punto de cerrar las puertas, la lectura de la prensa se convierte en un agónico sinvivir. Esta mañana, con una temperatura que apenas alzaba el termómetro por encima del cero, las hojas del periódico pesan más que otras veces, quizá porque empujados por el pesimismo general en el que vivimos, somos incapaces de destacar lo bueno y son las desgracias las que se hacinan unas sobre otras, un día tras otro, sin darnos tregua. 
Estamos a punto de tachar el último día del calendario y nada cambiará sustancialmente en la vida de casi nadie. Sin embargo, como en aquellos programas de año nuevo, pienso en los niños que nacerán con los primeros minutos del nuevo año, criaturas a las que les espera todo, lo bueno, lo malo y un mañana que lo que hemos llegado a la edad adulta vaticinamos como más que confuso, más que difícil, más que oscuro. Sin embargo, somos los que peinamos canas a los que, por responsabilidad universal, nos corresponde poner algo de luz en ese mañana que está por llegar antes de pasarles el testigo. 
La historia de la humanidad no puede escribirse desde el oscurantismo de la maldad, o al menos eso creo, a pesar de los cientos de miles de acontecimientos que parecen mostrar lo contrario. Hace unos días, en una red social leía un fragmento que decía: “la mayor creación de la inteligencia humana no es el arte, ni la ciencia, ni la tecnología. La mayor creación de la inteligencia humana es la bondad”. Sin embargo, pese a lo bonito de la composición, no estoy de acuerdo, la bondad nada tiene que ver con la inteligencia humana, no se crea en absoluto. La bondad es una de las características con las que nacen todos los seres humanos. Todos, absolutamente todos, nacemos con ella (de eso estoy segura) y es la edad, la vida, la mala leche, la que la hace añicos. Solo los más valientes consiguen conservarla intacta.
He conocido la maldad en toda la extensión de su palabra, pero también la bondad extrema. Sé de la virulencia de la primera y del gran error que es dejar que campe a sus anchas. La responsabilidad nos llama a todos y aunque ya no nos quede un ápice de inocencia y sepamos que estamos a merced de una maldad que vaga libre, debemos armarnos de valor (no solo por nosotros mismos sino también por los que acaban de llegar y los que llegarán con los últimos estertores del año que acaba y la primera respiración del que llega de nuevo) y ponerle cerco antes de que acabe con todo. Conservar la bondad, como una de las mejores cualidades del ser humano, requiere un esfuerzo tenaz y ese debe ser nuestro trabajo, nuestro legado.

Feliz año nuevo.


miércoles, 24 de diciembre de 2014

NAVIDAD



"No está en mi naturaleza ocultar nada. No puedo cerrar mis labios cuando he abierto mi corazón".


De los once que habitualmente nos movemos pasillo arriba pasillo abajo, que trajinamos papeles como si no hubiera una mañana, somos tres los que seguimos aguantando el barco. Dos por devoción mal entendida y uno por obligación (es lo que suele pasar con el grumete). Los teléfonos guardan silencio, los teclados suenan más livianos de lo habitual y Bill Evans recorre las dependencias, colándose por todos los rincones gracias a que hoy, día de Nochebuena, las necesidades se relajan y hay tiempo para entretenerse un poco más de lo habitual.

Llegué a esta casa hace apenas siete meses. Un cambio importante que precedía a otros cambios anteriores que ahora, vistos con la perspectiva del tiempo y de las circunstancias, parecen un previo a modo de ensayo.  ¿Quién me iba a decir que este 2014 iba a ser el año en que acabaría cerrando un círculo que comencé hace un buen puñado de años? La vida es compleja y casi siempre increíble. Sé, porque lo he visto al llegar esta mañana que, pese a que la gran mayoría de los que nos movemos por esta casa han desertado en pos de las lucecitas navideñas, las compras de última hora y los niños que no hay lugar en el que colocarlos, este mediodía brindaremos por la buena estrella y la buena fortuna que a veces nos trae la vida, más en lo inmaterial que en cualquier otra cosa.

Quedan apenas unas horas para que las familias se reúnan alrededor de la mesa. La mía este año es más pequeña de lo habitual (cosas de la vida, también). Y aunque, como esta mañana decía, la que suscribe echará de menos a los que no están, una tampoco olvida que es Navidad y que esos que  sí que están se merecen que estemos de verdad. Así que disfruten centrando la atención en los que tienen cerca, intenten alegrarles la vida, aunque una parte de su corazón se contraiga y ustedes sepan el por qué.

Feliz navidad.



viernes, 19 de diciembre de 2014

PRISIONERO DE TI MISMO



"Las traiciones durante la guerra resultan infantiles comparadas con nuestras traiciones en tiempos de paz. Los amantes, primero se muestran nerviosos y tiernos hasta que lo hacen todo añicos, porque el corazón es un órgano de fuego".



Algunas cosas hay que dejar macerarlas. El entusiasmo y la necesidad de dar rienda suelta a lo que uno lleva conteniendo dentro cuando se encuentra un resquicio por la que darle salida, casi siempre, es el paso previo a la entrada en una espiral de decepción de la que es difícil escapar cuando los rigores de la vida cierta y cotidiana azuzan para que vuelvas a la realidad. La necesidad de escapar de prisiones mentales, de arrimarse a pulsiones gratas y reconfortantes, acostumbra a edulcorar cualquier cosa que se ponga por delante, y la esperanza se deposita en lo reciente e inesperado como si fuera la llave del calabozo. Pero la precipitación apasionada, sobre todo necesitada, acostumbra a ser una mala compañera de viaje.
Decía Atticus Finch que “la única cosa que  no se rige por la regla de la mayoría es la conciencia de uno”. Y aunque todo parecía sumar, cuando los primeros fuegos se apagan, llega la hora de hacer cuentas, de contar con otros con los que no se quisiera contar, y de reconocer que retorcer las circunstancias no sirvió de demasiado porque éstas tienen la consistencia del bambú y después de doblegarlas vuelven a su estado natural y se imponen por encima de lo deseado; y aquel calabozo del que se escapó como alma que lleva el demonio aparece haciendo sombras sobre la conciencia, sobre lo que eres, sobre lo que quieres y lo que esperas porque, como dice Finch, tu conciencia sigue allí, vagando en solitario, y la suma de las gracias deja de sumar y empieza el momento de las restas y de reconocer que  a medio camino de lo empezado quedó anclado lo realmente deseado, que no era otra cosa que tu propia vida y la identidad robada por la rutina y la desgana y así, sin darte cuenta, te vuelves a encontrar prisionero de ti mismo.



domingo, 14 de diciembre de 2014

AGUJEROS NEGROS


"¿Qué puedo decirte de los seres humanos? me sorprenden tanto por sus buenas
 cualidades como por las malas. Son extraordinariamente diferentes, 
aunque todos conocen un idéntico destino. Imagínate a un grupo de gente
 bajo un temporal: la mayoría se afanará por guarecerse de la lluvia, 
pero eso no significa que todos sean iguales. Incluso en esa tesitura 
cada cual se protege de la lluvia a su manera".


Una bandada de gansos sigue el curso del Danubio que se arrastra entre unas corrientes vertiginosas, casi invisibles. Pongo mi mano a modo de visera para evitar que la lluvia emborrone el espectáculo de estos pájaros formando una uve casi perfecta que buscan una salida al mar. Les sigo hasta que los pierdo de vista.
El día se ha levantado sombrío, como corresponde al mes de diciembre. La lluvia azota los cristales de este café desde el que intento escribir unas cuantas notas sobre los “agujeros negros” en las relaciones personales, pero me siento incapaz de hacerlo en este ordenador prestado, con el cielo que ha adoptado una tonalidad verdosa y la estrepitosa humedad que lo envuelve todo. Empiezo hasta cuatro veces, todas ellas de un modo distinto, todas ellas igual de absurdas. Y al final, mientras bebo un vaso de vino caliente que reconforta, pero que a buen seguro me provocará un fuerte ardor de estómago, la idea queda apuntalada y a medias, a la espera de que con el ánimo menos apagado algo de claridad se presente y explique la perplejidad que por sí misma me provoca.
Para las cuestiones tangibles casi siempre tenemos una explicación que se basa en un cúmulo de reglas de la física y de la química a las que los científicamente analfabetos nos sometemos dócilmente, resguardados por la fe ciega de las “verdades” que otros acordaron como principios universales. Sin embargo, ¿Qué ocurre con aquello que no se puede ver? ¿Con aquello que se escapa de lo material y vaga por ahí sin circunscribirse a ninguna regla de la lógica, de la física o de la química?
Desde el río, una brisa fría se abre paso y hace ondear las banderas y estandartes que engalanan la ciudad. Es la misma brisa que obliga a arrebujarse dentro del abrigo y a caminar de un modo humilde, casi sumiso, con la vista clavada en el empedrado húmedo y destartalado para poder seguir adelante, caminando y buscando el modo en el que expresar que en el universo hay cientos de agujeros negros destinados a centrifugar de un modo colosal las inconclusas relaciones personales, las complejas reacciones humanas. Agujeros que giran de un modo magnánimo para que se vaya desvaneciendo, cada día un poco más, la extraña sensación de no controlar absolutamente nada. No obstante, la fuerza que emana de todo lo inmaterial, de lo emocional, no desaparece nunca aunque se transforme y, al final, concentrada en algún lugar del universo indestructible, acabará convertida en polvo que nos volverá a cubrir de nuevo y nos devolverá, aunque de un modo quedo, sosegado, la misma pregunta, la única que siempre ha preocupado al ser humano: ¿Por qué?


jueves, 11 de diciembre de 2014

BEJÁRAT


Con tu belleza matadora, cien veces bella, más y más, tú siempre, 
siempre, a todas horas, de frialdad fundida estás.


Al aterrizar sabía que lo primero que debía hacer era cubrirme las orejas y destapar muy bien los oídos. Nada que perderse aunque sea muy poco lo que se comprende. El lenguaje universal de los signos, las sonrisas a tiempo que desarman las muecas del que no sabe que una buena risa alivia mucho, y cuatro cosas más, sirven para, entre otras muchas, andar varios grados bajo cero sin abrirse la crisma, asistir a una tertulia operística improvisada en un café en el que bien podría encontrarse el fantasma de Boris Pasternak, para sentarse en un escañó parlamentario y levantar el trasero muy rápido no vaya a ser que las cosas aquí sean como en casa y se nos pegue algo raro, para endilgarse algún que otro vaso de pálinka sin desmayarse; y constatar que la distancia no es el olvido, que las desgracias del mundo siempre provienen del mismo sitio, que sin dos nunca hay tres y que eso también vale para ti. Sigo con los oídos bien abiertos, los ojos un tanto entornados por aquello de que la niebla, como el humo, a veces nos ciega, esperando una tormenta que se sobrelleva como se puede a base de frotarse las manos y olvidar que las tardes no existen.




jueves, 4 de diciembre de 2014

DE INTERESES DIFUSOS


Ser responsable significa ser selectivo, ir eligiendo.

Hace apenas unos días se conmemoraban los 25 años de la existencia de la Convención de los Derechos del Niño. Este tratado de carácter obligatorio y vinculante para los paises que lo ratificaron, España entre ellos, supuso una nueva mirada en todo el conjunto de normas que regulan las cuestiones referidas a los menores. Por primera vez, los niños pasan de ser meros espectadores a ser verdaderos sujetos de derechos. Sin embargo, aunque legalmente la cuestión está así, aunque en todos los textos legales que regulan cuestiones relativas a menores se habla de que cualquier decisión sobre éstos será adoptada bajo el paraguas del interés del menor, la realidad es otra muy distinta. El interés del menor es un principio tan difuso como interpretable.

¿Qué es lo mejor para el menor? La respuesta es sencilla y con un poco de sentido común puede llegarse a ella. Lo mejor para un niño es crecer en un entorno saludable, en el que sus necesidades educativas, afectivas, emocionales y económicas estén cubiertas. Que su salud física y psíquica y su propia integridad física esté a salvo de injerencias perniciosas. Esto que parece una obviedad no siempre es así y son los adultos, siempre, quienes lo quiebran de un modo sistemático. Nuestros conflictos, nuestras ideologías, nuestras batallas y guerras transforman las vidas de los niños en un autentico galimatias vital del que pocas veces salen indemnes. 

Esta misma semana, las Naciones Unidas han hecho público un comunicado por el que suspende el programa de alimentos para los refugiados por falta de fondos económicos. Estos significa, ni más ni menos, que miles de personas que en estos momentos se encuentran hacinadas en campamentos con motivo de la guerra en Siria e Iraq no tendrán nada que llevarse a la boca. Los datos son tremendos, la mayoría de personas refugiadas son menores de edad que, dentro del contexto de un conflicto armado, normalizan unas situaciones y carencias que no les corresponden.  Nos llevamos las manos a la cabeza cuando unos energúmenos se matan a palos con la excusa de un partido de balompie, pero somos incapaces de sonrojarnos con vergüenzas que se dan, por hablar de cercanía, en la otra orilla del Mediterráneo. La memoria del ser humano es selectiva y en esta sociedad del progreso, de los ciento cuarenta caracteres que se vomitan sin pensar, cualquier cosa que incomode se elimina salvo que genere morbo mediático. Es por eso por lo que el comunicado de la ACNUR apenas ha trascendido, es por eso que el supremo interés de nuestros menores continuará siendo siempre un interés difuso y a merced del que más pueda.