lunes, 29 de septiembre de 2014

LA CÚPULA DE BRUNELLESCHI



Quizá el último acierto
sea -abrazado a ti-
dejar pasar los trenes en la noche.




La trascendencia personal de los sitios, de las calles, de las plazas de cualquier pueblo, de cualquier ciudad, no la proporciona su enigmática belleza, ni su catastrófica presencia. Son las cosas que nos ocurren mientras estamos en ellos lo que los hace especiales, distintos; y son esas cosas que nos pasan mientras los transitamos, empujando esquirlas con los pies, las alegrías o las miserias de nuestra vida, las que los maquillan y los hacen nuestros para casi siempre. Es por eso que la calle más mísera de una localidad cualquiera puede encerrar el misterio de la satisfacción sin que de su apariencia triste y hosca se desprenda absolutamente nada. Pero los lugares por los que nos movemos se convierten en reclamos para las emociones, reflejos condicionados que nos sacuden por dentro. Un poco como le ocurría al perro de Pávlov que empezaba a salivar en cuanto escuchaba el metrónomo que precedía a su comida.  
Fue por eso por lo que, al dejar a mi espalda la estación del tren y el mar que en calma chica le acompañó a lo largo de toda la línea férrea, un hormigueo me recorrió la espalda. Fue algo físico que tan solo duró un instante, pero que llevó a que mis dedos buscaran el contacto de mis labios mudos y, como le ocurría a aquel perro condicionado, recordé al instante que fue bajo aquellos soportales que supe de su salud quebrada, de sus antológicos mareos y de su tremenda soledad acompañada. La desasistencia suele ser un mal compañero de viaje cuando uno no se encuentra bien. 
Puede que aquella fuera una de las últimas conversaciones que de verdad valió la pena, porque el afecto aun era mutuo. Porque sus preocupaciones me preocupaban, y las mías, abocadas a trompicones, se convertían en un maremagno de palabras desordenadas que se acompasaban al verbalizarlas y le provocaban la risa. Siempre nos entendimos bien. Pero el tiempo juega a repartir escobazos y la distancia, como dice el bolero, casi siempre es el olvido. Y sólo casi, porque, ¡Maldita sea!, Pávlov no nos dijo como debíamos eliminar los condicionamientos.






viernes, 26 de septiembre de 2014

A CUMPLIR Y QUE NO FALTE


"Lo más importante que aprendí a hacer después
 de los cuarenta años fue a decir no cuando es no".


Comparto muchas cosas en este espacio. Escritos que caen en el ciberespacio como lágrimas en la lluvia. No sé si son muchos o pocos los que lo leen, pero eso, en realidad, no tiene mayor importancia. Sin embargo, para los que lo leen, sean muchos o sean pocos, hoy guardo un trozo de tarta, por la paciencia, la fidelidad y el buen rollo que siempre recibo de sus comentarios.

Sin lectores este blog seguiría existiendo porque nunca pretendió ser otra cosa que la que es, una de mis múltiples prolongaciones vitales que esconden mucho de irreal entre mis realidades. Un modo de ordenarme la vida. Pero, todo y con eso, agradezco a todo el que dedica parte de su tiempo a pasarse por esta casa. Por eso, aunque sea de un modo virtual, aquí tienen su trozo de tarta y una copa de buen champán.






miércoles, 24 de septiembre de 2014

PASO A PASO


"Todas las sociedades son muy complejas, no existen los paraísos".


En la sociedad de la opulencia en la que vivimos la existencia de cientos de miles de estímulos te abocan inevitablemente a los excesos. Los que somos de naturaleza inconstante somos presa fácil, por eso no es extraño encontrarnos con duplicados incluso triplicados de las cosas más variopintas, desde libros hasta quemadores para el azúcar, blísters de antiinflamatorios, pasando por la acumulación de algún kilo indeseado que nos trincha las articulaciones. Pero en estos momentos, en que lo excesivo y lo adictivo se llevan de la mano, nos llega la afición a correr.
Una que es de naturaleza laxa y floja de remos, no ha podido sustraerse a la búsqueda de algo que sustituya el vicio de correr, en el que no creo por pura vagancia, y lo he conseguido. Camino como si no hubiera un mañana con la finalidad de prevenir las consecuencias del exceso vital en el que vivo. Gracias a eso, al hecho de calzarme las deportivas cada día y recorrer los kilómetros que circunvalan mi casa, he descubierto lugares espléndidos, estampas humanas que no me dejan indiferente. No son pocas las ocasiones en las que pienso que deberíamos tener una pequeña tarjeta de memoria insertada en el lóbulo parietal en el que grabar todo lo que vemos, incluso lo que creemos ver, mientras andamos dando vueltas por el mundo. Ese sería un modo delicioso para que después, con la tranquilidad del que sabe la mirada a salvo, poder recrearse en lo presenciado tiempo antes.
Estas peregrinaciones, que se cuentan ya en cientos de kilómetros, no solo han conseguido recuperar mi salud cardiovascular, sino equilibrar el pensamiento difuso que en ocasiones me acosa con toda su exuberancia y reconciliarme, casi siempre, con el género humano en general y con algunos seres humanos en particular.
Hace unos días, pensaba que en breve empezará a oscurecer demasiado pronto y que esas andanzas, que aderezo al ritmo de la música que se cuela por los auriculares, deberán quedar aparcadas y deberé sustituirlas por alguna cinta o aparato diabólico que permita a mi pequeño corazón mantenerse en la rebotica hasta que el buen tiempo regrese. Puede que por eso precisamente hoy, en una especie de despedida excesiva que acompaña el inicio del otoño, mi caminar me haya llevado hasta la escollera desde la que se podía contemplar un cielo pálido y un mar más pálido aún. Un mar que desfallece junto al verano y que me devuelve unas salpicaduras blancas, descomunales, rotundas.
Vuelvo a casa convencida de la necesidad de no perder la costumbre que durante estos meses he convertido en un hábito esencial, no sólo por la importancia que en lo físico ha adquirido, sino porque mediante ese simple ejercicio, que tiene mucho de contemplación personal, me ha sentado bien. He construido y deconstruido gracias a unas zapatillas. Puede que el secreto de mantenerse sano frente a las contradicciones vitales, frente a la necesidad de estar con uno mismo y de depurarse por dentro y por fuera, esté en unas suelas de goma. Puede que sea una manera de acercarse a momentos de solitaria felicidad.





lunes, 22 de septiembre de 2014

SEPTEMBER



Why am I smiling

And why do I sing?
Why does September 
Seem sunny as spring?
  



Acaba septiembre y el tiempo me pesa, pero no me importa. Por el camino miles de gotas de lluvia que calman la sed y aligeran el tedio. Vivo pensando que el ayer estuvo bien y que el mañana será mejor. Me faltas pero no importa. Mañana saldrá el sol y aunque me duela el cuerpo, la mochila se llene de la gravilla que tus pies espolvoreaban mientras te alejas, volveré a bailar bajo la lluvia en cuanto caigan las primeras gotas. 



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sábado, 20 de septiembre de 2014

EL TIEMPO


El tiempo es una de las pocas cosas importantes que nos quedan.


La máxima “El tiempo es oro” es una de las pocas verdades que existen. Es un bien escaso que, en ocasiones, se nos escapa en esperas hacia la nada.  Cada segundo que pasa, desaparece, no vuelve. Como tampoco lo hace el paso que damos hacia cualquier lugar. No existe marcha atrás, en nada, ni para nadie. Lo dicho, lo no dicho, lo hecho y lo no hecho, ahí queda, en algún lugar impreciso de la historia del mundo. Sí, del mundo, porque el mundo, nuestro mundo, al final no debería ser más que aquello que alcanzamos con la palma de la mano, lo que nos convierte en necesarios e imprescindibles.

Tengo un solomillo Wellington en el horno y unas manzanas en el fuego que poco a poco se convertirán en la compota que lo acompañará. Hace unas semanas Alma, mi hermana mayor, de momento y sin prórroga garantizada, esquivó las anunciadas consecuencias del cáncer.  Han sido meses de incertidumbre, de malestar, de rabia contenida y de una desolación que había que expulsar en cuanto llegaba. Meses en los que hemos hablado mucho sobre qué hacer, qué no hacer y de cómo afrontar el día a día. La vida a veces es cruel, se embrutece y lanza dentelladas contra los más buenos. Casi siempre es así.

Por eso el tiempo es fundamental. Lo es incluso para preparar una comida con la que celebrar en petit comité y sin llamar la atención pero con todo el gusto y la intención puesta en ello (así es cómo se celebran las cosas importantes), que el tiempo es oro y que malgastarlo en nimiedad, malos humores y mezquindades, debería ser un delito.



jueves, 18 de septiembre de 2014

HOLI



"Siempre es mejor que la gente hable cara a cara, con el corazón en la mano. 
De lo contrario acaban surgiendo malentendidos.
 Y los malentendidos, ¿Sabe?, son una fuente de infelicidad...” 




Cuando me preguntó si me vestí de amarillo, como el oro; o si lo había hecho de rojo, como la pasión, según apuntó; envueltos en un vendaval que hacía ondear la ropa tendida al sol, le contesté que mis pesares pocas veces se visten. No tengo espacio para banderas de colorín, no me interesan. La única batalla de colores que me pido es la de Holi.




martes, 16 de septiembre de 2014

SIN HACHE


Cuando alguien te da su confianza, siempre te quedas en deuda con él



El cambio de escenarios, en todos los ámbitos de la vida, supone un cierto desconcierto. Esta mañana, por motivos de organización familiar, el trabajo, el que me da de comer, se traslada a casa, a mi habitación propia. Y no es la primera vez y supongo que tampoco será la última aunque sea lo que menos me apetezca, porque por norma general desde mi dulce hogar, salvo que necesidad apremie, el tiempo se reparte en algo más que lo que pone el plato en la mesa. Pero a veces las cosas se presentan así.
Hasta que he recolocado las montañitas de papel, he encendido el portátil, accedido al correo corporativo, repasado las llamadas del día, etc., creo que no han sido menos de veinte veces las que me he despistado mirando por la ventana, no menos de tres que me he acercado a la cocina, y no menos de dos las que he ido a ver el estado del convaleciente Dalhman.

La vida rutinaria tiene sus cosas y un cierto deje animoso que es difícil de despistar; un ritmo que cuando no lo tienes se echa de menos.  Esta mañana no ha habido café donde siempre, ni paseo en autobús, ni conversación previa sobre el psicodrama nacionalista en el que vivimos. Pero mi mesa, esa que utilizo para aquellas otras actividades que me llenan la vida, se disfraza de negro y acoge el pantanoso terreno laboral en el que me muevo en los últimos tiempos.


Ella Fizgerald de fondo y entre párrafo y párrafo, el bostezo perezoso de Dalham. El mundo que sigue y sin buscarla encuentro, entre papeles turbios y notas un tanto caducas,  la melancólica y desconcertante reflexión sobre el verbo “Echar”,  en el que lo primero que se echa es la “hache” y lo último, como casi siempre, “ el de menos”. 


jueves, 11 de septiembre de 2014

HUMO


“Estamos obligados a luchar enérgicamente contra todos
 los eventuales gérmenes de odio colectivo.”



Bajo un sol de campeonato, la gente espera pacientemente, en una cola que dobla la esquina, para comprar la mejor horchata en diez kilómetros a la redonda en uno de los poco establecimientos fabriles que ha rehuido la tentación de colocar veladores, pero en el que es posible llevarse una lecherita de plástico de oro blanco, como le llama mi padre. Los días de fiesta, cuando el calor aprieta y las terrazas de los bares languidecen bajo el influjo del sol naciente, en la  “Montserratina” siguen elaborando horchata.

Hoy es fiesta en Barcelona. La Diada. Un día especial sin duda. Estamos en un momento francamente extraño. Vivimos bajo la incertidumbre de qué va a pasar de aquí al 9N, fecha fijada para el referéndum en el que habrá que votar sobre la independencia de Cataluña y, sobre todo, qué es lo qué va a pasar después. En estos días las conversaciones acaban convergiendo en esta cuestión. Es un tema complicado, sobre todo porque los partidarios, no ya del referéndum, sino de la propia independencia (al menos con los que hablo yo, y no son pocos), ofrecen planteamientos desde la víscera. En estos casos, la discusión es complicada porque cuando el órgano  que se emplea para ello es el corazón o el hígado no hay razonamiento que lo pueda rebatir. 
Ahí es donde se ampara la esencia del nacionalismo, en la víscera pura. No he conseguido que ninguna de las personas que me hablan de la necesidad, de la voluntad, y de las ventajas de establecerse como Estado independiente me explique cómo, cuándo, por y para qué. Y eso es precisamente lo que los ciudadanos deberíamos poder escuchar de los que ahora nos ofrecen un mundo nuevo con luces de neón. Puede que si conociera las respuestas a estas preguntas, que quedan en el aire siempre que sale el tema a relucir, incluso me planteara la cuestión de una posible independencia de mi comunidad. Pero sólo encuentro argumentos históricos (que no son ciertos en la mayoría de casos), argumentos de expolio (evitando hablar de los de casa) y privación de derechos (que yo no he sufrido jamás). Fanfarria que enaltece la diferencia de unos frente a sus vecinos para sostener un planteamiento independentista vacío de contenido y de proyección al mañana.

Me cuesta pensar en una Cataluña independiente de España, pero el futuro será el que sea y a él nos haremos, porque no nos queda otra. Por eso esta tarde, mientras hacía cola frente a la mejor fábrica de horchata a este lado de la ciudad, viendo las camisetas amarillas y rojas que recorrían las aceras volviendo a casa desde la concentración nacionalista que se ha dado hoy en esta ciudad, he sentido algo parecido a la tristeza, y es así porque el humo ha conseguido dejarnos a unos cuantos, a unos muchos, fuera de juego y sin voz en nuestra propia casa.



lunes, 8 de septiembre de 2014

CORMORANES



Eramos yo y el mar. 
Y el mar estaba solo y solo yo.
Uno de los dos faltaba.


El último domingo de agosto disfrazó el atardecer de un rojo desmayado. La tarde, agotada, empezó a decaer mientras un velero desaparecía por la línea del horizonte buscando prolongar el final de un tiempo que se agotó en sí mismo.  Nada detiene el tiempo, ni el volar de los cormoranes que sobrevuelan el acantilado desde el que la vida se exhibe frente a los mortales. Conté con los dedos de la mano y se me nubló la cordura.

El tiempo transcurre de un modo fulminante y el recuerdo se transforma en algo tan difuso que el miedo al olvido enfría el sudor en una tarde de un bochorno atroz. Todo se agota. Y mañana, quizá mañana, mientras intentamos descubrir  quién es el anciano sorprendido que nos devuelve el espejo, el rojo de ese atardecer que un día vivimos nos consuele de todo lo que desapareció sin apenas dejar rastro. Evocar el pasado como una manera de volver a vivir. El ayer convertido en un momento intimo y personal donde todo se confunde y no existe más realidad que la que construyes bajo la luz de un atardecer que solo ha desaparecido en el calendario.


domingo, 7 de septiembre de 2014

REFRANERO A TUTIPLÉN


Las olvidé porque todo se olvida; pero al acordarme de ellas, 
hallo más profunda la impresión que me causaron



Las historias de cuernos siempre han sido algo que ha interesado mucho. No es preciso que sean los de nadie famoso para que el personal se entusiasme al conocer que fulano o zutana, en un ardor guerrero de bajo vientre, un apasionamiento desmedido, o cualquier otra cosa que remueve las entrañas, ha coronado cual reno de Papa Noël a su, llamemos, pareja oficial. Sin embargo, un morbo extraño se genera cuando es una pareja de famosos los que se encuentran en esa embarazosa situación de infidelidades y una de las partes, despechada hasta decir basta, opta por ventilarlo todo a los cuatro vientos, como una especie de cruel venganza y desahogo, colocándose en la momentánea situación de víctima desgraciada y a la otra, en la de verdugo desalmado. En el caso de los famosos, si el tristemente cornamentado obtiene unos buenos réditos por ello, pues miel sobre hojuelas, que diría aquel.
Esta pasada semana, la ex primera Dama de Francia, Sra. Valerié Trierwieler, ha sacado al mercado un libro en el que pone a caer de un burro, personal y políticamente hablando, a su ex compañero sentimental François Hollande después de una ruptura bruñida al socaire de los romances del Presidente con una guapa y joven actriz de cine. Nada nuevo bajo el sol, el despecho, en ocasiones provoca estas cosas, odios y venganzas que con el tiempo se olvidan pero que momentáneamente colocan a ambas partes en la picota del cotilleo y la maledicencia.

El caso de Trierwieler, mujer ofendida y enfurecida, donde las haya, es de los más típicos. Poder llama a poder, ambición llama a ambición, y en este caso, el desplazamiento de quien se ha sentido irreemplazable provoca reacciones desmesuradas y a que nos cuestionemos incluso la inteligencia de quien se creyó especial por pescar lo que pescó, aun sabiendo lo que pescaba. La misma periodista, ahora tremendamente crítica con su ex amor, ocupó el corazón de Hollande (emparejado por entonces con Ségonolè Royal) del mismo modo por el que ahora, años más tarde, ha sido desplazada.  “Quien a hierro mata, a hierro muere”, los refranes existen por algo, y el bagaje personal de cada uno, su propio pasado, es ya una avanzacilla de cómo puede ser el futuro próximo.

No deja de ser curioso el nombre con el que la cariacontecida y enardecida Trierwieler, con el olor de la carne expuesta al gran público, ha bautizado a su criatura “Merci pour ce moment” ("Gracias por ese momento"), porque una, después de conocer el contenido del libro (gracias a las cientos de notas que aparecen en la prensa), no puede menos que pensar que el momento que agradece al Presidente no es el que con él vivió en el pasado, sino el momento de gloria que con esta venganza feota le va a proporcionar ahora durante semanas. Pero estas glorias son tan efímeras como los romances que antaño colocaron a sus protagonistas en las cotas del populismo de bragueta. Y es que mañana, cuando vuelva la calma y las braguetas se consuelen en nuevos ribazos, la gente sólo recordará lo en evidencia que se puso una mujer que no supo poner fin, con dignidad y señorío, a una relación que estaba tocada por sus partes más húmedas.

Se equivoca Trierwieler si cree que con ello va a perjudicar a Hollade. Francia es Francia, y los cuernos no son más que una anécdota, incluso graciosa para aquellos que son ajenos a la relación. Y en este momento, y mañana también, lo que va a quedar en el recuerdo, por un lado, es el retrato de la ahora denostada, como una mujer histérica, descontrolada, vengativa e incluso infantil que, como en la fábula de las uvas y la zorra, cuando no llega dice que están verdes (como si no lo supiera cuando se dedicó a intentar comérselas).  Y por otro lado, la de un tipo feo como un cazo, aparentemente soso, insustancial y variable (como aquella “donna” de la que decían era “mobile”), al que las mujeres se rifan pese a todo lo burdo y despreciable que algunas de las que pasaron a su vera dicen que es, y por el que, pese a ello, acaban poniéndose en evidencia como unas chonis cualquieras, por muy de Chanel que se vistan.


La infidelidad es tan antigua como la existencia del ser humano y eso, hoy en día, no tiene más trascendencia que la que tiene entre la propia pareja y su círculo más cercano.  Lo demás, letras para entretener. Y es que la ropa sucia, se lava en casa. Alguien debería regalarle a un refranero a Trierwieler y advertirla que la ambición mal llevada es muy chunga.



jueves, 4 de septiembre de 2014

MAXIMQUIET


Cada nueva esperanza que sentimos nos hace ver de manera distinta el pasado.


Tus historias convertidas en teorías y tu beso encendido son las pocas cosas que se encierran en el recuerdo que quedó sellado bajo el conocimiento de que no hay más mañana que el que ayer cerramos. Solo quedan bocas ordinarias que bostezan y tú, que rebuscas entre la hojarasca seca para poder prologar tu silencio porque la garganta se te quedo seca mientras buscabas tristes excusas. 
Mañana es hoy, hoy ya es ayer y, entre tanto, tu respiración cansada.







martes, 2 de septiembre de 2014

DE INTERESES DIFUSOS


A veces sentimos que lo que hacemos es tan solo una gota en el mar,
pero el mar sería menos si le faltara una gota.


En la práctica totalidad de los ordenamientos jurídicos de lo que llamamos el "Primer Mundo" se contempla como uno de los principios generales del Derecho el del “interés del menor”. Y dicho principio, que todo el mundo menta pero nadie llena de contenido, es tan general que las discusiones que se suscitan sobre el mismo y sobre su alcance llenan kilos de papel que, casi siempre, acaban en pronunciamientos difusos que nada aclaran.

En todos los países de nuestro entorno, cualquier persona civilizada tiene claro que un niño tiene derecho a crecer y educarse en un ambiente sano, adecuado, respetuoso, con afecto, y a poder desarrollarse sin influencias perniciosas. Cualquier decisión que deba tomarse en relación a los niños debe de adoptarse teniendo en cuenta su interés, y no el de los adultos que les rodean. Es su interés, el de estar personitas en pleno desarrollo y de configuración de su personalidad, el que debe estar por encima de cualquier otra cosa, y la responsabilidad de que eso sea así recae, en primera instancia, en su familia, en concreto en sus padres. Ellos deben tomar las decisiones en nombre de su hijo menor, y deben hacerlo porque por capacidad, madurez, o incluso por imposibilidad legal, el niño no puede hacerlo por sí solo. Eso y no otra cosa es la responsabilidad parental.

Nadie dijo que tomar decisiones por y para otro fuera sencillo, y en el caso de los padres tampoco lo es. Como tampoco dijo nadie que los progenitores fueran seres perfectos, como tampoco lo son los ordenamientos jurídicos que se llenan la boca de principios generales de contenido difuso. Pero aun así, pese a la dificultad que pueda entrañar el ordenar la vida de otro ser que está en desarrollo y que depende de un tercero con el que puede tener intereses incluso opuestos, hay algo que está por encima de muchas cosas, y ese algo es el derecho a que los niños vivan en paz, tranquilos, sin desasosiegos que no les corresponden. Tienen su propio derecho a vivir de un modo digno, en un entorno en el que se les quiera, se les proteja, se preserve su vida, su integridad física y psíquica y, desde luego, su libertad.

No son pocas las ocasiones en las que los adultos escamoteamos mil razones e inventamos mil argumentos para adoptar, para ellos y para nosotros mismos, las decisiones, las soluciones, que nos compliquen menos la vida; las que nos satisfagan más nuestro propio interés aunque al niño que nos acompaña lo hagamos trizas con ello. Nadie examina a quien un día decide concebir un hijo. Nadie le somete a una valoración de sus capacidades, de su moralidad, ni sobre su adaptación al medio social en el que viven. Y así nos encontramos con personas que agreden directa o indirectamente a sus hijos o a los de los demás; que atentan contra la libertad e integridad sexual de nuestros niños; que les infunden el odio desde que no levantan más de un palmo del suelo; que les arman o los utilizan como escudos para sus barbaridades; que les imponen concepciones religiosas que ponen en peligro su vida, su salud y su futuro. 
Nadie dijo que tener hijos fuera fácil, como tampoco lo es mantener una sociedad sana. Pero eso nos toca a todos, a cada uno de nosotros, el intentar que así sea.
Debemos alejar a los niños de aquello que no les pertoca vivir, debemos concienciarnos que tienen su propia vida y que nosotros no somos más que un instrumento que debe ayudarles a convertirse en adultos que en el futuro tomarán sus propias decisiones, y debemos ser conscientes de que cualquiera de las que nosotros tomemos por ellos formará parte ya de su mañana. Esa es nuestra labor fundamental.