martes, 29 de octubre de 2013

MANOS ARRIBA ESTO ES UN ATRACO O TONTO EL ÚLTIMO




Allá por el siglo XVII, Lope de Vega escribió una obra de teatro llamada “El mejor alcalde, el Rey”,  para el que no haya tenido el placer de leerla, brevemente, diré que se trata de un drama, ambientado en la Galicia medieval, en concreto el Pazo de Tello, que narra el abuso que sufren los habitantes de un pueblo a manos del Señor de aquellas tierras, Don Tello de Neira. Los agraviados, en concreto dos campesinos, Sancho de Roelas y Elvira de Aibar, que hallándose prometidos y tras pedir permiso al Señor para casarse, sufrirán el acoso y abuso del terrateniente que, enamorado de Elvira, la pretenderá hasta someterla a su voluntad y hacerle perder la honra. Ante tal agravio, Sancho acude al Rey Alfonso VII quien mandará la ejecución de Tello, repartirá sus tierras y ordenará el matrimonio de Sancho y Elvira recuperando ambos lugareños su propia honra.


Lo anterior se traduce, en palabras de hoy, en que la política local, sus mandamases, eran un verdadero asco, que atendía a sus propias necesidades y caprichos, convirtiendo a sus vecinos  en meros siervos a los que utilizaban como querían.

Todo esto, esta entradilla sobre la obra de Lope de Vega, viene a cuento de algunas reflexiones que me hago ante la próxima modificación que de la administración local se aventura desde el Gobierno de este país. Modificación que se articulará mediante una Ley que, disfrazándola de lo que no es, la han denominado, al menos en su proyecto, “Ley de racionalización y sostenibilidad de la administración local”, ya veremos como la acaban llamando.

El título, muy acorde con los tiempos de recortes que corren, encierra una gran trampa que, como no puede ser de otro modo, se vislumbra en el interior del texto. No seré yo quien diga que no hay que recortar, que administrar, distribuir y dejar de duplicar pero, como siempre, se recorta por debajo, por lo necesario, olvidando meter mano donde se debe y no donde se puede.

La Ley en cuestión (si el buen Diós, Alá o Pokemon, cada uno por su cuenta o en comandita, no lo remedian), supondrá el alejamiento del ciudadano de la administración local, la más próxima, eliminando servicios esenciales que, con la coyuntura económica que atraviesa este país, sufrirán los más desfavorecidos, las personas más vulnerables por su situación de precariedad económica y riesgo de exclusión social, que son los que precisamente necesitan de una administración cercana que ayude a paliar sus necesidades esenciales y perentorias. Por poner un ejemplo, en los municipios de menos de 20.000 habitantes (que no son pocos en este país), los Servicios Sociales, esos que atienen a las necesidades más básicos de la gente, están destinados a desaparecer, lo mismo que los servicios de apoyo a las víctimas de violencia, atención psicológica a la infancia, etc.


Y no seré yo, repito, quien diga que no hay que recortar y ahorrar, pero sí que seré yo quien diga que esos esfuerzos económicos no deben quedar prendados de los más débiles, manteniéndose un limbo lustroso de macro estructuras y politicastros cuya única misión es perpetuarse en un escaño o un sillón en el que asegurarse el plato de lentejas, en su caso, de caviar y marisquito del bueno. Hay que administrar con cabeza para que el dinero fluya hacia donde se necesita realmente, hacia la ciudadanía.

Alguien se preguntará en este momento el porqué de la referencia a la obra de Lope de Vega. La respuesta es sencilla, si  aquella obra en lugar de escribirse entonces, se hubiera escrito ahora, a buen seguro las tornas se hubieran girado y el “explotador” en cuestión, habría sido el lejano “Rey” (traduzcámoslo aquí en Presidentes, Diputados, Senadores, y cargos o puestos, electos o a dedo) y el “redentor” de aquellos pobres campesinos deshonrados, la administración municipal, esa que se compone en muchas ocasiones de Alcaldes y Concejales que trabajan, sin beneficio alguno, para sus vecinos,  estrujando presupuestos para poder llegar a todo, para becar donde haga falta y hasta donde se pueda, mientras en las macro estructuras: Diputaciones, Consejos Comarcales, Comunidades, etc., se dilapida el dinero en absurdidades que terminan ahogando al pobre que cada día se levanta pensando que va a ser de lo suyo y de los de sus hijos.

Corren malos tiempos para los ciudadanos de a pie, no les quepa ninguna duda. Que alguien prepare papel y pluma y escriba una historia de nuevo.


domingo, 27 de octubre de 2013

TAN JOVEN PARA SER TAN VIEJO

 
"Sólo aquello que se ha ido nos pertenece".



Mirar al infinito. Al fondo, un mar de arena de dunas secas por atravesar, aire denso, espeso, que llena los ojos de lágrimas febriles. En el interior, el tañido de unas campanas por las que resuenan el rumor de un lamento lejano: Amor, amor, amor. Se incendia el pensamiento.

Nómada perdido que guarda las saetas de su vida bajo fardos de paja y ropa sucia. Un amor que se jugó a los chinos los restos de su fianza. Carne contra carne que se quema disolviendo el afecto hasta hacerlo desparecer. 

Manos que arden devolviendo el olor de un sobrecogedor mundo que se consume en el arenal nacido entre los dedos que al final se olvida.






miércoles, 23 de octubre de 2013

MARCHANDO UNA DE MACACOS O DE HENRI PAROT, COMO GUSTEN


El tipo que aparece en el primer plano de la fotografía, lustroso, sonriente, es Henri Parot. Está sentado a la vera de Juan Lorenzo Lasa Michelena, alias Txiquierdi, ambos dos sanguinarios terroristas de ETA. A Parot, famoso por la doctrina jurídico-penal que lleva su nombre, y por la que el Estado español ha sido vapuleado por el Tribunal de Derechos Humanos de Estrasburgo, se le ve incluso contento. Al sujeto en en cuestión se le imputaron 82 asesinatos y acumula la nada desdeñable cifra de 4.800 años de condena a pena de prisión. Veintiseis sentencias así lo dicen. Cosa menuda para algunos.

No voy a hablar de la Doctrina Parot, en este país la manida doctrina la "conocen" hasta los párvulos, según parece. Todos somos capaces de interpretar cómo se ejecutaban la condenas nacidas al amparo el Código Penal del año 1973 (con ese es con el que se condenó a Parot), cómo funcionaban los beneficios penitenciarios y cómo se redimían las penas. Pues tampoco hace falta decir nada más. Que la osadía de cada uno le lleve hasta donde pueda, porque si una cosa está clara es que este no es es un país para prudentes, sino de tertulianos en alza. 

Pero lo que yo quería decir, volviendo a la fotografía, es que hay que ser muy mal nacido para tener ese aspecto de satisfacción, como de que la cosa no va con uno, mientras se le está juzgando, no por una nimiedad, sino por las matanzas que, con todo conocimiento, control y voluntad se han llevado a cabo.

No es de extrañar que las Salas de Vista de la Audiencia Nacional estén acorazadas con cristal blindado. Pero sería más adecuado colocarlos en jaulas, como a los monos, aunque bien pensado tampoco, porque hasta esos animales tienen más conciencia, sentido de la lealtad y respeto por sus iguales que estos dos salvajes.





martes, 22 de octubre de 2013

A VECES NOS EQUIVOCAMOS DE MONTAÑA -FICCIÓN-


Casi siempre las cosas grandes son las que menos importan. A menudo, las que nos marcan la vida son las cosas pequeñas, el día a día que por mor de aquellos que nos vamos encontrando por el camino devienen extraordinarias, enormes. Tropecé con el cine de Cesc Gay hace muchos años, cuando era un completo desconocido y sus películas, apenas un par, pasaban desapercibidas. Desde entonces me convertí en una incondicional de su cine y creo, que no han sido pocas las veces, que he predicado sobre su obra, sobre su existencia. Me gusta su cine, la manera en que creo que ve la vida, porque sólo entendiéndola de un modo muy concreto se pueden crear historias como las que nos ofrece.
Entre mis favoritas "Ficción".




Corría el año 2006 cuando, por primera vez, vi la película “Ficción”. Me senté en la sala de un cine cualquiera. No tenía ninguna otra intención que no fuera pasar la tarde. Sin más. Apenas conocía nada de Cesc Gay, Krampac todo lo más. La elección, de entre la cartelera, fue sencilla, todo me sobraba y la necesidad de desconectar sin aspavientos, sin complicaciones,  me sentó frente a ella.


El error fue de bulto, me equivoqué. Nada más comenzar me sentí atrapada en esta historia, sin historia. Puede que al principio, solo al principio, fuera porque la banda sonora es estupenda y escuchar a Nick Cave en una de las canciones que más consiguen emocionarme (Are you the one –I’ve been waiting for-), me dejara con el corazón en carne viva, o puede que fuera, precisamente, porque todo empezó transcurriendo con una normalidad absoluta y lo que veía podía ser parte de mí misma y no me lo podía creer.

La trama es sencilla. Alex y Mónica, un director de cine y una violinista, un hombre y una mujer, dos personas frente a frente, y nada a su espalda. Un amor concentrado en diez días. Un paréntesis en su vida durante el que se encuentran y su anodina existencia cobra de nuevo sentido. Encontrarse frente aquel que, alejado de contingencias, forma parte de uno mismo, de su existencia, y da con él en un universo lleno de sobresaltos. Dos adultos, dos vidas que en la mitad de su camino, con la existencia ordenada y organizada, se enamoran inesperadamente, sin quererlo o, tal vez, queriéndolo, incluso necesitándolo. Pero el amor cuando llega tarde sirve de poco, por eso ese amor necesitado, reconocido, quedará allí donde nació, aunque ya nada volverá a ser lo mismo.


 

"Ficción" es la cotidianidad trasladada al cine de un modo magistral. Estamos acostumbrados a ver grandes producciones cinematográficas que necesitan de un enorme despliegue de medios para no decir nada y enmascarar esa vacuidad. Sin embargo, en esta película lo que no existen, precisamente, son artificios.  La vida y nada más.

Con los gestos menudos de los protagonistas, sus miradas cruzadas (que configuran, en gran medida, el contenido de esta película), Gay consigue transportarnos a un mundo de sensaciones y de estados de ánimo, donde los silencios son casi más importantes que las palabras.

“Ficción” es una historia de amor, triste (como todos los amores que llegan demasiado tarde, o demasiado pronto), pero amor a fin de cuentas. Una historia verosímil, usual, que habla de sentimientos, de gente corriente. Pero esta aparente normalidad no oculta la complejidad que encierra.


Una historia que podría ser la tuya, la mía o la de cualquiera. 


 




domingo, 20 de octubre de 2013

ARRIVEDERCI


"Y allí nos pudriremos, mi amor imposible. 
Jamás nuestros amgullados cuerpos se volverán luz".



Si uno no tiene demasiada prisa, y en los aeropuertos uno no suele tenerla, salvo que sea un aficionado al riesgo, el tiempo de espera puede convertirse en un dócil anestesiante. Desde que dejaron de anunciar los vuelos por megafonía, los pasajeros trasiegan por los pasillos dando saltitos silenciosos, simulando prisa cuando en realidad, eternos delayed los mantienen aparcados en las salas de espera.

Llegamos al aeropuerto de Malpensa con tiempo de sobra. Hablar de cierta resaca después de dos días en un pueblo diminuto, sin más alternativa que dos cantina, cada una de ellas en un extremo de la calle principal; de cuarenta y ocho horas de dispares brindis a la luna, al sol, a la luna de nuevo y vuelta a empezar, no solo es acertado, sino que es exacto. Aun así, nos mantenemos en pie e investidos de cierta triste dignidad. Los asientos de la terminal se nos antojan cómodos sofás en los que reposar la cabeza mientras la pantalla anuncia un nada sorprendente retraso.


El viernes llegamos a medianoche, cansados y más apenados que de costumbre. Un coche nos espera para adentrarnos por campos embarrados mientras la lluvia, serena, martillea la carrocería como una letanía. Olvidé traerme calzado para la lluvia aunque toda la semana, desde que llamaron para anunciar que ya no había vuelta atrás, no dejé de mirar el tiempo y de especular si en un funeral sin muerto el sol haría acto de presencia o, si por el contrario, el dios de la lluvia nos bendeciría con un aguacero como así ha sido.

Hemos dormitado en la terminal en ese mal sueño que da el exceso, pero aun así, entre las cabezadas que damos por turnos, le pregunto a dónde iremos la próxima vez. Me dice que espera que de momento a ningún sitio, que nuestra cartera de amigos empieza a menguar de un modo espantoso y que las despedidas, o la falta de ellas, empiezan a ser cada vez más disparatadas. Coge mi mano, la guarda en el bolsillo de su chaqueta y vuelve a dormirse. Su aliento guarda las últimas trazas del primer café de la madrugada.


Continuó lloviendo el sábado, la madrugada del domingo, y ahora mismo ya en casa, con un sol mediano, le pregunto a Carlos si no tiene la sensación de que nos hemos traído el vaho milanés y contesta, lacónicamente, que no solo el vaho, también un resfriado tremendo, mientras estornuda por cuarta vez.

La vida es paradójica, pero bastante menos que la muerte. Cada uno se muere como puede, o como le dejan.

Acabo de estornudar y, con el golpe seco de cabeza con el que lo acompaño, vuelve mis oídos Lou Reed. Porque, sí, le dio tiempo no solo a dejar pagadas las cañas y los aperitivos, sino a escoger la música con la que esperaba nos las tomáramos. Y tuvo entereza para dejar el maravilloso mensaje escrito de que la vida es un mero tránsito hacia la nada y que es durante ese camino en el que debes procurarte la felicidad, porque después, tras las últimas las copas, bajará el telón y el show continuará, pero sin ti.


miércoles, 16 de octubre de 2013

DE MONDONGOS Y ESPACIOS SIDERALES


"No tardé en descubrir que ella podía leer el pensamiento 
de una manera infalible. Las ideas se nos ocurrían simultáneamente" 



Conozco a un tipo barrigón con una tendencia compulsiva a frotarse la tripa cada vez que habla de su madre, como no son pocas las veces que lo hace, cada vez que su mano se desliza sobre su oronda tripa, no puedo evitar pensar que si ese increíble mondongo fuera de cobre al final del día, de tanto frotarlo, brillaría más que el sol.

Camino por la Diagonal buscando un número par que me lleva por la calle de la amargura. Tres veces he andado y desandado la misma manzana y cuando ya me encuentro al borde de la desesperación, por lo tarde que es, por mi incapacidad de encontrar algo tan sencillo como un portal, me rindo y espero que un rayo caiga del cielo y dinamite la maldita avenida. Desisto de seguir buscando el número imposible, doy por perdida la hora que llevo dando vueltas y me voy a tomar un café o una tila, o algo.
Vuelve a hacer calor. Me suena el contestador del teléfono y me dan ganas de cogerlo y tirarlo al primer contenedor con el que me cruce. Me da igual quien sea, ni las urgencias que tenga. No le hago ni caso y mientras suena una y otra vez, intento cruzar de acera sin morir arrollada por el ejército de bicicletas que corren arriba y abajo del bulevar como si no hubiera un mañana.

Estoy procrastinada. No tengo ganas de hacer absolutamente nada y aunque tengo la mesa que rebosa papel, el teléfono que saca humo, pienso que en este momento no hay mejor lugar que esa terraza que veo en la siguiente esquina. Un paraíso donde dos ancianas toman café y un perro enano se lame la entrepierna entre los bajos de las gabardinas que visten a modo de uniforme de Señora de casa buena. Busco una mesa alejada de las venerables ancianitas, al abrigo de una sombrilla que amortigüe este espantoso sol de octubre que deslumbra tanto como la barriga de aquel conocido mío que, aún no sé porqué, me viene a la memoria mientras estrujo contra la cucharilla un saquito de poleo menta.

Al primer sorbo me arrepiento de la elección, me entran unas arcadas perezosas que no darán lugar a nada. También la nausea anda procrastinada y se queda ahí dentro en espera de una mayor actividad estomacal. Mientras respiro, miro al sol oculta tras unas gafas que robé hace mil años en Camden Town, veo un tipo cruzar, con una barriga más grande que tonel, frotándosela con fruición y no me cabe duda, mis vecinas de bar van a tener compañía y el sol va a seguir brillando como un pomo de metal.