viernes, 31 de diciembre de 2010

THE END


Bueno, pues parece que hemos llegado al final de otro año más. Podría empezar con los agradecimientos y esas cosas. Glosar las maravillas de unos y otros, o la poca o mucha gracia de algunas cosas, pero no, este año, va a ser que no. Cada uno somos, casi siempre, los artífices de nuestras  propias desgracias y de nuestras dichas. Yo construyo las mías, lo mismo que ustedes construyen las suyas. Por eso, este final del 2010 me lo reservo para mí, sin dar la brasa a nadie. 
Sean felices, disfruten del 2011 que llega y que tengamos salud (es mi máximo deseo), para que el año que entra nos permita despedirlo de la manera que nos plazca cuando llegue, de nuevo, el 31 de diciembre.
Cuídense y que les cuiden, no hay nada como eso.

jueves, 30 de diciembre de 2010

HORIZONTAL, SÍ, TE QUIERO...Pedro Salinas



Al hilo de conversaciones sostenidas al calor del abrigo de su abrazo. Imperecederas, perdurables, inmortales

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Horizontal, sí, te quiero.
Mírale la cara al cielo,
de la cara. Déjate ya
de fingir un equilibrio
donde lloramos tú y yo.
Ríndete
a la gran verdad final,
a lo que has de ser conmigo,
tendida ya, paralela,
en la muerte o en el beso.
Horizontal es la noche
en el mar, gran masa trémula
sobre la tierra acostada,
vencida sobre la playa.
El estar de pie, mentira:
sólo correr o tenderse.
Y lo que tú y yo queremos
y el día - ya tan cansado
de estar con su luz, derecho -
es que nos llegue, viviendo
y con temblor de morir,
en lo más alto del beso,
ese quedarse rendidos
por el amor más ingrávido,
al peso de ser de tierra,
materia, carne de vida.
En la noche y la trasnoche,
y el amor y el transamor,
ya cambiados
en horizontes finales,
tú y yo, de nosotros mismos.


rachmaninov - somewhere in time


© Fotografía: naq

 

miércoles, 29 de diciembre de 2010

ESCOGE



Un momento


A
Una noche de verano
X
B
Una tarde de otoño

C
Una mañana de verano

Un gesto:
 

A
Jugar con el hueco de su barbilla

B
Recorrer su columna con la lengua
X
C
Sumergir la nariz en el hueco de su clavícula


martes, 28 de diciembre de 2010

SIN NOTICIAS DE GURB -Eduardo Mendoza- (Fragmento)


Ayer noche,después de hacer el ganso un rato por internet, decidí darme unas risas, unas de esas de verdad. Me apetecía algo divertido, carcajeante, pense en ponerme a los Hermanos Marx pero fundí el DVD, el portátil me funcionaba a pedoburra y la verdad no me apetecía más pantallita. Así que a la vista que en casa andábamos como en una misa negra, todo lleno de velas (el día menos pensado salimos ardiendo), el olor del eucalipto navideño colandose por todas partes y el silencio era sepulcral (bueno, el gato roncaba como nadie), pues como que me tiré de cabeza a lo que consigue que me desternille de la risa. Y es que al final, el que vale pues eso, vale.
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"15.00 Regreso a casa. En la puerta del ascensor hay un cartel que dice: NO FUNCIONA. Se refiere sin duda al ascensor. Decido subir a pie.
15.02 Al pasar frente a la puerta del piso de mi vecina me detengo. En el interior suenan voces. Desmonto el timbre, me introduzco el cable eléctrico en las orejas y escucho. ¡Es ella! Al parecer, su hijo se muestra remiso a ingerir un plato de verdura. Ella la insta a comer diciéndole que si no come no crecerá ni será fuerte como Supermán; por si estos argumentos no bastan, añade que si no se traga toda la coliflor en menos de cinco minutos le partirá los dientes con el taburete de la cocina. Me avergüenzo de hollar de este modo la intimidad de su hogar, dejo los cables colgando de la caja y continúo subinedo las escaleras.
15.15 Me como los diez kilogramos de churros que he comprado. Me gustan tanto que, acabado el último, me como también el papel aceitado que los envolvía.
16.00 Tendido en la cama y con la vista clavada en el techo, del que cuelgan varias arañas grandes como melones, pienso en mi vecina. Por más que me devano los sesos (que no tengo), no doy con la forma idónea de abordarla. Llamar a su puerta e invitarla a cenar no me parece prudente ni oportuno. Tal vez la invitación debería ir precedida de un obsequio. En ningún caso debo enviarle dinero, pero, si a pesar decidiera enviárselo, mejor en billetes de banco que en monedas. Las joyas presuponen una relación más formal. Un perfume es un regalo delicado, pero muy personal; se corre el riesgo de no acertar el gusto de la persona a la que se desea obsequiar. Laxantes, emulsivos, apósitos, vermicidas, antirreumáticos y demás productos farmacéuticos, excluidos. Es muy probable que le gusten las flores y los animales domésticos. Podría enviarle una rosa y dos docenas de dobermans".


Pd: Hoy no le doy tregua y me lo fundo. Fijo.

EUREKA

Ayer leía que cuando uno está un poco fastidiado debe escribir algo cómico y que cuando uno se siente feliz debe escribir algo dramático. Nunca lo había pensado. Hacerlo así posiblemente sea más difícil pero, estoy segura, que debe ser mucho más terapéutico. Revolcarse por la propia pena no ayuda mucho. El caso es que ahora mismo me  siento feliz y contenta pero me niego a escribir algo melodramático. No me da la gana. Y me siento así porque “sé” y como “sé” no me voy a estropear el momento.
El efecto balsámico del “conocimiento con causa” es desde luego el mejor aliado para alejar fantasmas. Como la información es poder y el poder  es la leche, puedo afirmar que en estos momentos me siento poderosa y la leche en bote. Así que no es que esté contenta, es que me acabo de pegar una panzada de reír espectacular, a mi costa (aclaro para que nadie se ofenda, que el personal anda sensible). Una risa totalmente catártica y  la verdad es que hoy, y creo que durante los próximos días,  voy a dormir como un lirón. Tengo que dar las gracias, muchas gracias, a los que sin darse cuenta me han dado la llave que ha abierto la puerta a este estado. Y qué bueno, que sano, que risa.
¿Un galimatías? Puede ser pero no voy a intentar explicarlo. Sólo sé que cuando uno consigue encajar, donde toca, algunas piezas que se emperraba en colocar donde no tocaba y que descuajeringaban todo el puzle, sólo puede romper a reír y exclamar aquello de “Eureka”. 
Así que, sólo me queda dar las gracias, seguir riéndome y pensar que algunas cosas de tan ridículas que  son sólo pueden hacernos reír. Permítanse unas risas, en serio, es muy sano.

Pd.: Prometo no ser tan criptica en próximas ocasiones pero es que me estoy tronchando de la risa, de verdad. 

domingo, 26 de diciembre de 2010

BUENOS DIAS TRISTEZA -Françoise Sagan- (Fragmento)


Cuando cumplí los 22 años pensé que la tristeza era un sentimiento que nos podía devastar. Acababa de leer "Buenos días tristeza" y arrastraba conmigo la sensación incierta que, en la mayoría de ocasiones, no eramos merecedores de ese sentimiento. Hoy, muchos años más tarde, continuo pensando que la tristeza es un sentimiento devastador pero no tengo tan claro lo segundo.
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"A las tres, después de su marcha, bajé a la playa. Hacía un calor agobiante. Me tumbé en la arena, me quedé semidormida y la voz de Cyril me despertó. Abrí los ojos: el cielo era blanco, anegado de calor. No contesté a Cyril; no tenía ganas de hablarle, ni a él ni a nadie. Toda la fuerza del verano me clavaba en la arena; me pesaban los brazos y tenía la boca seca.
-¿Estás muerta? -dijo-. Desde lejos parecías una ruina, estar abandonada...
Sonreí. Se sentó a mi lado y mi corazón se puso a latir sorda y fuertemente, porque, al moverse, su mano había rozado mi hombro. En diez ocasiones, durante la última semana, mis brillantes maniobras navales habían dado con nosotros en el agua, enlazados uno a otro sin que sintiese la menor turbación. Pero hoy, bastaba con el calor, con la somnolencia, con aquel gesto torpe, para que algo se desgarrase suavemente en mí. Volví la cabeza hacia él. Me miraba. Comenzaba a conocerle: era equilibrado, más virtuoso de lo que habitualmente se es a su edad. Por lo tanto, nuestra situación -aquella curiosa familia de tres- le chocaba. Era demasiado bueno o demasiado tímido para decírmelo, pero yo lo notaba en las miradas hoscas y de soslayo que lanzaba a mi padre. Habría querido que todo aquello me martirizase. Pero no era así, y la única cosa que en aquel momento me turbaba era su mirada y los violentos latidos de mi corazón. Se inclinó hacia mí. Volví a ver los últimos días de aquella semana, mi confianza, mi tranquilidad junto a él y lamenté la cercanía de aquella boca amplia y algo pesada.
-Cyril -dije-, éramos tan felices...
Me besó despacio. Yo miraba el cielo; después ya no vi más que luces rojas brillando bajo mis pupilas contraídas. El calor, el aturdimiento, el sabor de los primeros besos, los suspiros, pasaban en largos minutos."


Gabriel Yared - Ada Plays







jueves, 23 de diciembre de 2010

RITUALES ANCESTRALES


Un año más cumplo con mi ritual ancestral. Primero, comprar la agenda para el año próximo. Una de papel, semana vista, tamaño un palmo, como accesorio un pequeño bloc de notas incorporado. Mi agenda, mi cuaderno de notas, no sirve para cuestiones profesionales, para ello dispongo de los dispositivos tecnológicos más avanzados del mercado. Mi bloc sólo sirve para anotar cuestiones personales, algunas de organización: una exposición, peluquería, renovación DNI, comprar libro X, sacar entradas para el cine, comprar billetes de avión o de tren, y otras simplemente de impresión, ilusiones, decepciones, proyectos: la alegría de una comida, el funeral de un amigo, la tristeza de lo oscuro, el regalo pensado, las imágenes que me impresionan, las citas que me atrapan.  Por este motivo, cada cambio de agenda es un cierre de puerta a un pasado que queda enterrado entre unas hojas de papel que han perdido el lustre a lo largo de 365 días.
La segunda parte, repasar la del año que termina por si en ella hay algo que precise, quiera o merezca pasar al siguiente. Este volver sobre el pasado que ya no está, es como subirse a una montaña rusa, ascensos y descensos interiores encadenados (empiezo a pensar que la edad me ha vuelto ciclotímica). Leo con atención las anotaciones. Es curioso. A lo largo de los doce meses, se repite una impresión continua, una corazonada que se ha materializado. No tiene mayor importancia, sólo sirve para confirmarme que la intuición existe y que aunque en ocasiones todo parezca difuminarse y confundirse, algo nos mantiene alerta. Sigo leyendo, dispongo de tiempo y en esta sala alicatada en blanco, no tengo muchas más cosas que hacer salvo esperar y leer.
Sonrío, o no. Llego a un regalo de cumpleaños que ideé e imagine durante semanas, que preparé mentalmente con toda precisión. Un golpe de timón, y la recurrente idea de que todo es efímero y nos blandimos contra el dios de las tormentas, hicieron que el paquete quedara en la estantería de mi estudio y ahí sigue, envuelto a mi manera. Debería deshacerlo y distribuir lo que en él se contienen para que pierda la unidad que conjuntamente formaba su contenido. Aún no sé por qué no lo he hecho ya.
Se me ensombrece la vista. Demasiadas perdidas en poco tiempo. A veces cuesta creer que la vida sea justa. Continúo el camino y me impresiono “Y yo me veo haciendo el idiota y me pongo enferma. Qué sé yo”. Listados y más listados. Amigos que van desapareciendo, míos, ajenos. Horas para el café de la risa, horas para el café de las lágrimas contenidas. Hecatombes emocionales. Sigo leyendo como si fueran las notas de un extraño. Me desconcierto. Encuentro tres fotografías de las Islas Feroe y un dibujo de una pecera extraña. La cuenta de un restaurante. Malas noticias anunciando un diagnóstico que esperaba olvidado. Mi foto, su foto. Una nota sobre unos ojos ciegos que no dicen nada.  Escribo “Esquirlas”.  Debí tener un momento loco y compre cinco botes de helado de vainilla. Hilvané proyectos. Atravesé el mundo y escribí en el Mar de China. Remontamos unas crisis espantosas. Entregué minutos y pensamientos a los que quiero. Puse la nariz en el hueco de su clavícula y allí me quedé hasta que salió el sol. Pensé en Platón y en que todos necesitamos de los demás. Anoté un fracaso y una enorme decepción, unos números rojos de espanto y el fin de una ilusión sostenida durante años.
Cierro el nuevo bloc, lo dejo sobre la mesa de mi estudio. Faltan aún siete días para que se transforme en el testigo mudo de mi vida, de nuevos proyectos personales, de alegrías desbordadas y tristezas descomunales. Aún no es su momento, tengo que cerrar el que inicié el primero de año con un propósito descomunal. Y lo haré, pese a quien le pese y pase lo que pase.
Feliz fin de año.

LA TUMBA DEL IRLANDES -Mari Pau Domínguez- (Fragmento)

 
-Los tesoros son cosa de leyendas y de falsas historias de aventura. Otra cosa distinta es que hayan existido en la realidad.
-Yo no lo creo. Hay lugares fuera de la realidad que son más reales que ella. ¿Acaso no ha oído hablar de los monstruos de nuestra imaginación? Suelen hacernos más daño que si nos encontráramos uno de carne y hueso al girar la esquina. Y lo peor es que a veces no hay manera de echarlos. Ya me dirá si no son reales.
Ray quiso desviar la conversación, como el humo, hacia otro lado.
-¿Por qué ha decidido venir hasta aquí para escribir un libro?
-No importa por qué se hace algo, lo importante es que se haga.
Hubo tantas palabras más como cabrían en lo que quedaba de cigarrrillo.

miércoles, 22 de diciembre de 2010

DIARIO DE UNA NOVELA -Chuck Palahniuk- (Fragmento)


"Aquella era la teoría de Peter sobre la expresión personal. Sobre la paradoja de ser un artista profesional. El hecho de que nos pasamos la vida intentando expresarnos bien pero no te­nemos nada que decir. Queremos que la creatividad sea un sistema de causa y efecto. Resultados. Producto vendible. Que­remos que la dedicación y la disciplina equivalgan al recono­cimiento y la recompensa. Entramos en la rutina de la facultad de bellas artes, de nuestro programa de posgrado, y practicamos, practicamos, practicamos. No tenemos nada que docu­mentar con nuestras excelentes habilidades. De acuerdo con Peter, nada nos cabrea más que el hecho de que un drogadicto, un vago total o un pervertido baboso creen una obra maestra. Como si fuera un accidente.
Algún idiota que no tiene miedo de decir qué es lo que ama."

Leonard Cohen - Chelsea Hotel No. 2



martes, 21 de diciembre de 2010

UN DIA HAY VIDA (Enrique Vila-Matas)


Todos tenemos estrategias. Entre las mías, cuando quiero pensar que el mundo merece la pena, que siempre existen cosas por las que vale la pena tener los ojos abiertos, que no todo es mierda, está leer a Enrique Vila-Matas. Soy un animal de costumbres, por eso vuelvo a él una y otra vez, una y otra vez, una y otra vez...un maestro, un genio.
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"Camino por la ciudad y lo que pienso va dibujando un trayecto mental construido por mis propios pasos. Es un modo de marchar que sirve para mejor inventar mi soledad, de la misma forma que para el narrador de La ciudad de cristal identificarse con Auster se convertía en “sinónimo de ser útil al mundo”. Es también un modo de pensar y guarda cierto parecido con un viaje alrededor de mi cuarto, aunque sólo lo veré como tal si, al llegar a la meta, puedo afirmar que he estado en algún sitio, incluso aun cuando no sepa en cuál. El sitio podría no ser un lugar exactamente, sino un breve momento de La invención de la soledad, por ejemplo. Podría ser ese fragmento en el que Paul Auster celebra, con palabras muy felices, la vida. Es un momento que me recuerda la dedicatoria del Persiles, aquella página póstuma en la que Cervantes nos dejó dicho que amaba la vida. Las palabras de Auster tienen algo de la confesión cervantina:
  “Juzga extraordinario que algunas mañanas, poco después de despertar, cuando se agacha para atarse los cordones, lo inunde una dicha tan intensa, una felicidad tan natural y armoniosamente a tono con el mundo, que le permite sentirse vivo en el presente, un presente que lo rodea y lo impregna, que llega hasta él con la súbita y abrumadora conciencia de que está vivo”.
La felicidad que descubre el cervantino Auster en ese momento es extraordinaria. “Así es, no volveremos a vagar”, recuerdo que escribió Byron. Y ese verso me lleva también a la conciencia feliz de estar vivo y a recordar a todos que la oportunidad de deambular es única, no la volveremos a tener y, por tanto, mejor será que veamos que se abre ante nosotros la posibilidad excelsa de vagar, de perderse quizás al modo de esos héroes austerianos que han buscado siempre su identidad en una vida errante, hecha de innumerables pasos en sus trayectos mentales y urbanos que imitan viajes por cuartos cerrados.
No hay Auster sin la invención de un cuarto cerrado y sin la invención de la soledad en ese cuarto, del mismo modo que no hay soledad sin la escritura, ni escritura sin un lugar. Y quizás, en la órbita austeriana, no hay lugar más mítico que el cuarto del número 6 de la calle Varick, aquella buhardilla neoyorquina en la que una sola persona llenaba la estancia y dos la volvían sofocante, lo que no fue inconveniente para que en la habitación cupiera “un universo entero, una cosmología en miniatura que contenía en sí misma lo más extenso, distante y desconocido” y en definitiva el mundo interior de un hombre que iba a ser escritor. No hay habitación más importante en su obra. En ella redactó El libro de la memoria, que es la segunda de las dos partes de ese libro, La invención de la soledad, que se inaugura con una frase que ha vencido al tiempo: “Un día hay vida”.
“Un día hay vida. Por ejemplo, un hombre de excelente salud, ni siquiera viejo…” Aquellas palabras han ido gozando de suerte propia y de un destino ciertamente muy fértil. El hombre de excelente salud, ni siquiera viejo, es el padre del escritor. Es alguien que pasa un día y otro, ocupándose sólo de sus asuntos y soñando con la vida que le queda por delante. Y entonces, de repente, nos dice Auster, aparece la muerte. El hombre deja escapar un pequeño suspiro, se desploma en un sillón y muere.
Fascina la singularidad de la estructura de La invención de la soledad, ver cómo están tan admirablemente combinadas las dos partes del libro. La primera, Retrato de un hombre invisible, es más famosa que la segunda, quizás porque el tema de la muerte del padre y el enigma de un asesinato ocurrido en la familia sesenta años antes la convierten en una historia perdurable.
“Pensé: mi padre ya no está, y si no hago algo deprisa, su vida entera se desvanecerá con él”, escribe el joven Auster. Y ésta es, por cierto, la clase de pensamiento que parece haber acompañado también a Marcos Giralt Torrente en Tiempo de vida, su sorprendente e interesantísima ficción sin invención, su conmovedora y extraña historia en torno a la muerte del padre. De hecho, aunque no se parezcan en ningún otro aspecto más, el final de Retrato de un hombre invisible y el hondo desenlace del de Giralt Torrente son muy parecidos: los dos pensando en el hijo casi recién nacido y preguntándose qué sacará éste en limpio de esas páginas cuando tenga ya edad para leerlas.
El libro de la memoria tiene menos fama que Retrato de un hombre invisible, pero es un bello texto que contiene el germen de toda la obra austeriana y el más poético análisis que he leído nunca en torno a habitaciones de artistas y desamparo. En él, Auster enlaza sutilmente la reflexión acerca de su papel de hijo con su propia paternidad y con la soledad del escritor, y logra así que invención y aislamiento se hermanen en un encuentro doblemente trágico, puntuado por ese inmenso fragmento sobre la felicidad que releo –releer es una forma muy amable de oír la temblorosa verdad que dice que hay vida- siempre que puedo.
Sabemos que en otros tiempos se consideraba que las desgracias de los hombres venían de su incapacidad para quedarse quietos en una habitación. Y también sabemos que hoy en día se ve todo de forma distinta, pues no salir del cuarto es lo que en verdad lo complica todo, muy especialmente si quien se queda encerrado es receptivo y sabe –como sabe Auster- que una habitación es tanto el espacio central del drama humano –“el lugar donde Hölderlin alcanzó la locura y donde Emily Dickinson pensó sus mil setecientos poemas”- como también el sitio dónde, por ejemplo, Vermeer conoció “la experiencia de la plenitud e independencia del momento presente”. Porque no todo lo que ocurre entre las cuatro paredes de la conciencia es tedio, angustia, pesadumbre, desesperación. Basta pensar –dice Auster- en las mujeres que pintara Vermeer, solas allí en sus habitaciones, pero con la luz brillante del mundo real entrando a raudales por una ventana abierta o cerrada.
A veces, al igual que en su novela La habitación cerrada, la melancolía y sus adláteres son el precio que hay que pagar para un día llegar a ver la luz y constatar que hay vida y, tras un largo encierro en un cuarto de hotel, poder decir, al fin, como el narrador de ese tercer libro de la Trilogía de Nueva York: “De pronto, tumbado sobre la cama y mirando las rendijas de las persianas cerradas, comprendí que había sobrevivido”.
Es la luz que, a la larga, encuentra toda persona encerrada. Pascal, sin ir más lejos, entre pensamiento y pensamiento, dio con ella en la noche del 23 de noviembre de 1654 y, pasado el momento de asombro –cuenta Auster, experto en iluminaciones y encierros-, se dedicó a coser en el forro de su ropa todo lo que pudo memorizar del instante crucial. Quería tener a mano cuando lo necesitara, durante el resto de sus días, el registro detallado del éxtasis que le había llevado a la extraña felicidad de estar vivo: su encuentro con el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob y también su encuentro con la certeza de la grandeza del alma humana. Un tipo de certeza que, a decir verdad, se acopla como un guante al ritmo de los trayectos mentales construidos por nuestros propios pasos y termina por acercarnos siempre a la vida. Y la vida, ya se sabe, es la zona más honda de la sufrida calle Varick".

1. La invención de la soledad. Paul Auster. Anagrama. Barcelona, 1982. Traducción de Mª Eugenia Ciocchini.
2. Tiempo de vida. Marcos Giralt Torrente. Anagrama. Barcelona 2010.


Crowed House - Don�t Dream It�s Over




Fotografía: Chema Madoz

AQUI HUELE A MUERTO...

 
Todos tenemos un muerto en el armario. Un muerto que no siempre está calladito y oculto a los ojos de los demás. Un muerto que de vez en cuando nos recuerda que lo colocamos allí, entre abrigos viejos y que no piensa desaparecer. Los muertos, estos muertos, por muy muertecitos que parezcan estar, tarde o temprano vuelven levantando su mano muerta, nos la pasan por la cara y nos dan unos golpecitos recordándonos, malintencionadamente, que ahí están.
Hace unos días, encontré el muerto de otro. Un muerto que no me toca. Un muerto que debo devolver porque cada uno debemos cargar con los nuestros. Cuando parimos un muertecito, sea por un amor desmedido, por un odio desbordado o, por cualquiera de los siete pecados capitales que nos acompañan, el tufo se nos queda pegado al cuerpo aunque intentemos disfrazarlo perfumándonos de arrepentimiento, cordura, soberbia, decencia y todas esas cosas con las que queremos ocultar, a los demás y a nosotros mismos, que tenemos en nuestro haber un muerto dentro del armario. 
Debo reconocer que su muerto, ese que arrastrará el resto de sus días, que condicionará su futuro, el que le retrata tal cual es, a mi me ha producido cierto alivio y comprender algunas cosas que se me escapaban. Pero sus muertos son suyos, los míos ya los tengo yo y de vez en cuando salen a pasear ellos solitos para recordarme que no debo ningunearlos.
Así que creo que tengo que darme un viaje hasta correos, meterle el muerto en una caja (de cartón) y devolvérselo con una nota que diga que lo ate corto, que se le ha desmandado y los muertos, cuando se rebotan, acostumbran a dejarnos las vergüenzas al aire.

The Communards - Never Can Say Goodbye

domingo, 19 de diciembre de 2010

(...)


Pasear por Madrid, sobre todo cuando llega la Navidad,  es un lujo, que nadie debería perderse. Cientos de miles de bombillas inundan la  ciudad convirtiéndola en un espectáculo en sí misma. Vuelvo con la retina llena de luz, habiendo compartido unos momentos más que entrañables y con una lección aprendida que no debo olvidar. Mañana volveremos a la rutina de siempre, a recordar que todos somos prescindibles, sustituibles, que  las apariencias siempre son engañosas, que la casualidad no existe y que, en definitiva, lo que importa es ser honesto con uno mismo.
Los puntos y aparte son agradecidos.

viernes, 17 de diciembre de 2010

TODO CUANTO AME (Fragmento) -Siri Hustvedt

 

"Siempre que muere un artista, su obra comienza lentamente a reemplazar a su cuerpo, convirtiéndose así en su sustituto corpóreo en este mundo. Se trata de un proceso, supongo, inevitable. Al pasar de una generación a otra, ciertos objetos de utilidad, tales como sillas o platos, pueden parecer temporalmente infundidos del espíritu de sus antiguos dueños, pero esa condición sucumbe con bastante rapidez a sus funciones pragmáticas. El arte, por su inutilidad intrínseca, se resiste a verse incorporado a la cotidianidad, y cuando es mínimamente potente, parece alentar con la vida de la persona que lo creó".
Chick Corea - Fiesta Piano Solo


 

LUCHA DE GIGANTES

Cuando alguien me pide que me defina, que me caracterice, siempre contesto lo mismo: “tremenda y acusadamente bipolar”. No sé si es motivo para enorgullecerse, pero es así. Posiblemente sería mejor ser lineal, no tener esos dos polos tan acusados que forman parte de mí y que se dan de bofetadas uno contra otro, hoy sí y mañana también. Pero, no puedo cambiarlo, es demasiado tarde y, por otro lado, tampoco quiero.
Vivir entre dos extremos acusados convierte la vida en una permanente batalla: razón-corazón; risa desbordada-mutismo absoluto; intensidad-desidia; apego-desapego; fuego-hielo y así hasta el infinito y un poco más allá. Siempre ha sido así. Estados, carenciales si se quiere, pero estados por los que oscilo con la naturalidad que da una existencia así, no impostada.
Sin embargo, con los años he aprendido a hacer trampas. Ato a uno con camisa de fuerza y doy carrete al otro, a veces creyendo que perdía y sufriendo lo indecible por ello, a veces creyendo que ganaba y decepcionándome a continuación. Pero sólo así consigo mantenerme en la forzada tranquilidad que me conviene. Los bipolares somos así. No es sencillo. Los dos polos viven convertidos en dos enanos martillos pilones que taladran los  hemisferios cerebrales provocando, en ocasiones, una caos exagerado.
Por eso, a veces, me desboco porque son ellos, los polos, quienes, descontrolados, suben y bajan los platos de la balanza a su antojo. Entonces me rindo y dejo que sean ellos quienes decidan, resistirse sirve de poco. Ya lo dijo el autor “El corazón tiene razones, que la razón misma no entiende”, supongo que por eso, en ocasiones, sin quererlo, me deshago, me muero y revivo en un solo instante. Pero no pasa nada, nunca pasa nada. Las tormentas siempre llegan para desaparecer. Todo, tarde o temprano, vuelve a su sitio. Sólo son mis cosas y eso.


Nacha Pop - Lucha de Gigantes





jueves, 16 de diciembre de 2010

NEGRA-NEGRAE


Son las 6:30 de la mañana. Hace un frió atroz. La sensación de helor se incrementa cuando giro la esquina de mi calle y entro en el pasaje que me llevará hasta la boca del metro. Barcelona se ha levantado con un viento que sopla con fuerza, como si quisiera arrancarnos la vida.

Al final del tubo, contra la pared, un ovillo de algo que, estoy segura, es una persona durmiendo entre unas mantas que, pese a todo, aún hoy, no se caen de mugre. Debo ser del género estúpido y me pregunto ¿cómo puede alguien dormir con semejante frió? Me he acercado a la cafetería de la esquina y pido tres cafés con leche, seis azucarillos, y dos bocadillos. Le pido que me lo pongan para llevar. Dejo la bolsa en la esquina junto a una bolsa de marca roída. No lavo mi conciencia.

Acabo de escuchar por la radio, antes de salir de casa, el último informe elaborado por Caritas (una de las pocas entidades en las que hoy en día aún creo. Me da lo mismo que tenga carácter religioso), estamos ante una situación desesperante y no va a parar.

Los índices de pobreza se han incrementado exponencialmente. Lo que unos años atrás nos parecía imposible de ver entre los ciudadanos de este país, que nos parecía cosa de extranjeros sin papeles, es lo que tenemos en miles de hogares de este país, con independencia del suelo en el que a uno lo parieron. La pobreza, la falta de recursos, la falta de un futuro cierto se nos ha sentado en el salón de casa.

Hasta hace nada, era los otros, los extranjeros sin papeles, los marginales, los que se hacinaban en habitaciones y aplicaban el sistema de las “camas calientes”. No tenía nada que ver con lo “nuestro”, como tampoco lo tenía (salvo para sectores más marginales y precarios), las entregas de vales para que una persona pueda adquirir productos de primera necesidad en los comercios de su barrio o de su pueblo.


Pero, hoy ya lo tenemos aquí. Familias enteras están pasándolo mal, muy mal. Las ejecuciones hipotecarias por impago de cuotas de préstamos  contratados, cuando todos atábamos los perros con longanizas y los bancos, con una total negligencia (pese a que cobraban sus buenas comisiones por “estudio”) concedieron préstamos que sabían (porque son profesionales y tienen analistas financieros) que, a un golpe de timón de la economía, llevarían a la bancarrota a muchas personas, están provocando verdaderos infiernos personales. Familias enteras sin techo y sin posibilidad de hacerse con ningún otro, sin ni siquiera la preconizada “solución habitacional” que el Ministerio de Vivienda promocionaba hace unos años. Avaricia de unos y otros. Hoy buscamos refugio en habitaciones en las habitaciones de familiares y amigos. Ya no se busca piso, con una habitación, aunque haya que entrara con calzador, basta.

Da miedo y coraje porque el panorama no es nada alentador. Aumentan cada día las peticiones de ayudas sociales que no existen, aumentan los dramas personales de ciudadanos, como nosotros,  que ven como sus recursos se han agotado y ya ni siquiera les queda margen para las soluciones imaginativas.

El futuro se nos ha teñido de negro. Y da igual de donde sea uno, donde lo parieran, si reza a Dios, a Alá, a Shiva o al Rey Bamba. El caso es que se empieza a pasar hambre de la de verdad.

Pienso en estas cosas y se me atraganta el café de 1,30€.
 
Chopin - Chopin: Prelude in E minor, Op. 28, No. 4 (Barbara Higbie with Philip Aaberg and Daniel Kobialka)

A VECES LO QUE OÍMOS SE HACE REAL ANTE NOSOTROS -Luis Rosales-


A  VECES LO QUE OÍMOS SE HACE REAL ANTE NOSOTROS
y todo queda en claro:
el sol estaba muerto
y las palabras terminaban pero la voz seguía
con su impotencia desesperada y su calumnia a cuestas
igual que una pared que se estaba arrastrando para llegar a ti.
Era la voz de la persona a quien más admirabas en el mundo
y el dolor le llenaba de tal modo que cada una de sus
        palabras borraba las restantes,
mientras que tú te ibas quedando acólita
y te apoyabas contra la mesa
lo mismo que esas aves a las que sólo han dejado un ala;
así llegaste a comprender que aunque la voz callara todo sería
        lo mismo
pues sólo cambiaría su forma de actuar
que en el comienzo era una hervor,
después fue convirtiéndose en un jadeo,
y ahora estaba diciéndote un vacío.
Esto era masmorir,
amiga mía
saber que ni aún la muerte podrá hacerte olvidar aquel
      instante,
y como oír aquella voz era aceptada
y como no podías seguir oyendo aquel vacío,
te cambiaste varias veces de habitación
pero el teléfono te seguía, reptando tras de ti como una cobra,
con la cabeza levantada para picarte siempre;
para picarte, una y otra vez, en el oído,
con la misma mentira impenitente, sucia y mendigada.
¿No recuerdas amiga mía, que hubo un momento en que
      sentiste hipo?
y aquel hipo era un asco contrayente
que recorrió tu cuerpo desde el vientre a los labios,
y que se hacía mayor cuando el teléfono viboreaba junto a ti,
para hacerte escuchar, más dentro cada vez,
aquel jadeo quieto e incontenible
de alguien que se acaba,
que se estaba acabando,
y vengaba de sí misma y de ti transmitiéndote por
      teléfono,
su mentira, su amor y su extinción

Y AHORA VAS A DORMIR, VAS A DORMIR, PERO NO SUEÑES,
ya has soñado bastante;
el pasado no vuelve mientras no se le llama;
tranquilízate y duerme, nadie lo llamará;
lo verdadero se manifiesta de muchas formas y hay que
aceptarlas  todas;
la noche ha terminado;
ya sólo es necesario perdonar.

miércoles, 15 de diciembre de 2010

ESTO ES UN RETO


Tengo un cesto repleto de palabras. Unas tan enormes que no necesitan más. Son ellas. Lo llenan todo. Otras son tan enanas que se arriman unas a otras  en busca del tizne de la grandeza que en solitario no alcanzan. Tengo sueño. Empiezan a trenzase formando una cadena incomprensible que me confunde. Llegas. Cierro los ojos e intento ordenarte. Soñaré con todas las letras para construir lo que quiero, sin importar si es grande o pequeño.

lunes, 13 de diciembre de 2010

¡OH! EL INVIERNO YA ESTÁ AQUI

 
El primer juguete que tengo conciencia haber recibido fue un cartucho de plástico transparente con dos tapas en los extremos de color rojo. En su interior, tres o cuatro caballos, un par de indios sioux y otros tantos vaqueros. Todos rígidos, sin posibilidad de articularlos. Ese mismo día, junto a este cartucho, que no tenía nada de sofisticado, me entregaron otro que se cerraba por los extremos con dos tapas de color rosa. En su interior, un diminuto maniquí, una cinta métrica de papel, unos trocitos diminutos de tela y algunos hilos.
Los dos me los entregó mi padre un sábado al mediodía cuando volvió de trabajar. Trajo un cartucho para cada uno de sus hijos, salvo en mi caso que fueron dos. El primero, porque sabía que sería el que me iba a gustar. El segundo, porque era el que me debía regalar. Mis tirabuzones, sugerían el segundo y no el primero.
Han pasado mil años desde entonces. No conservo nada de todo eso. El cartucho de modista fue relegado al olvido a los treinta segundos de abrirlo (creo que alguna de mis hermanas se benefició de ello) y, el primero, me acompañó los juegos durante mucho tiempo y debió desaparecer cuando la realidad se fue imponiéndo para sustituir al “Far West” de ficción.
Alguien podrá preguntarse dónde quiero llegar con esta historia o qué mensaje cifrado encierra.  La respuesta ya la doy yo, no responde a absolutamente  nada, simplemente  tenía que calentarme los dedos en esta mañana fría de diciembre y me he olvidado los guantes.

domingo, 12 de diciembre de 2010

LA GENTE QUE NO ME GUSTA

 
Yo no soy Mario Benedetti. Puede que tampoco goce de su sentido positivo de la vida y me sea mucho más sencillo reconocer todo aquello que no me gusta que lo que me gusta de verdad. No lo consideren un plagio en negativo, es sólo una inspiración, desde luego, nada divina.

"No me gusta la gente con dobleces. No me gustan las personas que no miran de frente. No me gustan las personas que nunca sabes si van o si vienen. No me gustan los que creen que por poner una buena cara hay que olvidar las putadas que van haciendo por el camino. No me gusta la gente que finge. No me gustan los que juegan contra los otros. No me gustan los que no saben pedir disculpas. No me gustan los maleducados. No me gustan los que sólo piensan en si mismos. 
Por eso, porque no me gustan  y los desprecio profundamente, voy a continuar diciéndoles que no me gustan o, si la cosa se complica, hacer mutis por el foro sin tan siquiera despeinarme".

PINOCHITO SEX-MACHINE


Existen algunas situaciones que son realmente patéticas y que cuando te topas con ellas no sabes si reírte o compadecerte del sujeto que las provoca. Supongo que  lo mejor es la compasión.
Hace unos días, tomaba un café con un sujeto al que me une una muy superficial relación personal. Me había llamado con una excusa peregrina y tras casi media hora de bla-bla-bla, monólogo, telefónico (que aproveché para hacer las transferencias bancarias para cubrir mis descubiertos, reservé por internet visita con mi médico de cabecera y empecé a hacer la comprar virtual para el avituallamiento familiar), al final, por colgar, acepté tomar ese café. Ni que decir tiene que limité el tiempo, sólo los veinte minutos de los que disponía entre dos asuntos laborales. Hice bien.
Soy de las muy cafeteras y cuanto más nerviosa me ponen más café consumo. Durante esos veinte minutos, conseguí llenar la mesita de tacitas a medio consumir (cada uno tiene sus cosas). Me explicó que su vida sentimental se había convertido en un infierno mientras rebuscaba en los bolsillos de un abrigo carísimo una cajetilla de tabaco que no apareció. Había pasado del amor más absoluto a la más absoluta indiferencia por su esposa. Un camino transitado de un mar de disgustos. Al parecer la mujer no le comprendía, se había idiotizado con el tiempo y sólo pensaba en consumir la tarjeta de crédito y reposar en el sofá de su casa. Se había descuidado en los diez años de matrimonio. Había dejado de parecer una Valkiria deliciosa para, según contaba, convertirse en un espantajo con sobrepeso aunque, eso sí, conservaba la melena rubia de los inicios que le enamoró. A estas alturas del sermón, el número de mis cafés alcanzaba el de cuatro y la nausea empezaba a sobrevolarme. Continuó dándome detalles sobre la tristeza de espíritu de aquella que le calentaba la cama pero poca cosa más. Quinto café. Apostilló todos los comentarios con unos gestos de desolación y tristeza sin que en toda la conversación consiguiera arrancarme ninguna otra palabra que un “mmm”.  Nos despedimos después que el sujeto en cuestión glosara todas las maravillas que imagina pueblan mi persona y me emplazara para comer o cenar tranquilamente y continuar charlando. En aquel momento, para evitar nuevas ofertas nada tentadoras, le confesé que mi “esposa” era celosa y no vería bien nuestro encuentro. Ahí cerré el tema aunque ahora, a toro pasado, creo que lo mejor habría sido mandarlo al guano directamente.
El caso es que me fui  con un “subidón” de tensión producto de la cafeína ingerida y la mala leche reconcentrada de quien  ha perdido el tiempo miserablemente. Solución, cambié el nombre con el que tengo guardado su teléfono en la agenda del móvil por el de “no contestar”.

Ayer noche, después  de trabajar todo el día, me fui con mi compañero de trabajo a cenar para olvidar la jornada que llevábamos y aliviar tensiones. Nada más entrar en el único restaurante que encontramos abierto, vimos al fondo a una pareja, entrada en edad. Estaban acaramelados, las manos entrelazadas, hablando a susurros. Ella rubia “añosa” estupendamente prieta y rubicunda  (una delicia, lo digo de verdad), él, un moreno “añoso” con gesto de gilipollas. Reconocí el abrigo en el respaldo del asiento. Confieso que me moría de ganas de que se levantara y me viera sentada unas mesas más allá. Sólo tuve que esperar una media hora de carantoñas más. Pasó por mi lado, del brazo de su esposa. No saludó.